Tras dar otro par de pasos, Edri se giró hacia atrás, con expresión sorprendida; pero Ran seguió andando.
—¡Los Beligerantes, caballero! —repitió, volviendo de nuevo hacia Godorik y cogiéndole la mano otra vez, aunque esta vez no consiguió que la siguiera—. ¡Son muy peligrosos! ¿Se ha dado usted un golpe en la cabeza?
—No —farfulló Godorik, cada vez más confuso—. ¿Quiénes son ustedes, y qué está pasando aquí?
—¡Edri! —gritó Ran, que empezaba a ponerse nervioso—. Hay que darse prisa. ¡Están cada vez más cerca!
—¿Es que quizás no es usted de este nivel? —comprendió al fin la chica—. Los Beligerantes son el grupo armado que controla la Cobangia, y ahora mismo están barriendo la zona. ¡No es buena idea estar en la calle cuando lleguen! —aseguró—. ¡Hágame caso y síganos!
Godorik dudó un momento más, mientras Edri se daba la vuelta y echaba a correr para alcanzar a Ran, que había llegado ya a la esquina de la calle y estaba mirando con cuidado en ambas direcciones.
—¿Los ves? —preguntó Edri, y en ese instante se escuchó un grito que venía de un par de calles más allá, seguido por un par de disparos.
—¡Vamos, rápido! —siseó Ran, y siguió avanzando. Los tres cruzaron la amplia avenida que tenían frente a ellos, y se internaron por otra calle más estrecha.
—¿Son esos Beligerantes los que están pegando tiros? —preguntó Godorik, mientras corrían. Edri asintió con un movimiento de cabeza, y él añadió—. ¿Por qué?
—¿Quién sabe? —gruñó Ran—. Seguro que alguno de los caciques les ha tocado las narices, y ahora la toman con todo el barrio.
—Pero ¿cómo que…? —se lió Godorik, que no sabía ni por dónde empezar—. ¿Qué están haciendo? ¿Peinar la zona y disparar indiscriminadamente?