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El ejército del Mal había salido de Kil-Kyron apenas quince minutos antes. Aún empujando entusiásticamente a Ícaro Xerxes, la masa de generalidad, capitanía y comandancia había barrido la fortaleza, arrastrando a su paso a todos los siervos de la Oscuridad que encontró. Y no solo a los soldados y guerreros, que, enfundados en sus oxidadas y malignas armaduras y cascos decorados con cuernos y plumas de animales en peligro de extinción, se habían unido alegremente a la multitud con la intención de masacrar a los ejércitos del Bien; también a los conserjes, limpiadoras, mascotas tenebrosas y siniestras ancianitas que hacían calceta sentadas en sus chirriantes mecedoras. La masa se lo había tragado todo, y ahora bajaba la montaña con frenética fogosidad, con sus miembros saltando los riscos como si fueran cabras mientras aullaban consignas malvadas y se tropezaban con raíces venenosas.
A la cabeza de todo esto iban Ícaro Xerxes y los malignos generales, que se habían convencido de que era imperativo atacar de inmediato, y no se habían parado a pensar en ningún plan o estrategia o ni siquiera en una ruta para llegar a las tierras del Bien. Ícaro Xerxes, tras los primeros momentos de desconcierto, había conseguido sobreponerse, y ahora dirigía toda aquella tropa; y la encaminaba hacia donde había visto salir, desde la atalaya de vigilancia, al ejército de Aguascristalinas.
Sin detenerse a considerar que quizás les resultaría más conveniente esquivar las aldeúchas que había en su camino, aquella rugiente multitud las inundó como un maremoto, destruyendo involuntariamente todo cuanto había a su paso que no fuera capaz de resistir el embate de unos cuantos miles de pies enfundados en botas, escarpes y zapatillas de estar por casa. Primero arrasaron Malavaric, llevándose consigo al ilusionista inútil, y sin que ninguno de ellos se enterara de que un momento antes había fallecido violentamente allí uno de los clones de Pati Zanzorn; después pasaron por Ulf, Kensterspensten y Arracar, devastando igualmente todo a su paso, y arramblando con los desconcertados magos ilusionistas y Pati Zanzorns que trataban inútilmente de ponerse a salvo agarrándose a cualquier cosa sólida que tuvieran cerca. Las demás aldeas se libraron, porque no estaban en la cara de la montaña que yacía en la línea recta que unía la puerta del Fuerte Oscuro con la ciudad de Aguascristalinas; pero, aún así, los Pati Zanzorns e ilusionistas correspondientes a ellas observaron atónitos desde la distancia cómo el ejército del Mal surgía de la nada y prácticamente rodaba monte abajo. (Todo esto con la notable excepción de Golinas, que estaba en el lado diametralmente opuesto de Kil-Kanan, y cuyo equipo distractor no se enteró de nada de lo que había ocurrido hasta un tiempo después; al contrario, pasaron una muy agradable tarde mirando las nubes y preguntándose cuándo demonios atacarían las fuerzas del Bien.)