—Pero ¿qué te crees que soy? —gruñó Godorik—. ¿Una metralleta sobre dos piernas?
—¡Santo Beneke! —estalló de repente Mendolina, que hasta entonces había estado escuchando con atención—. ¡Cargarse a todos los Beligerantes! ¡Esto ya está yendo demasiado lejos!
—Pero, señora…
—¿No veis que la mitad de los chicos del nivel se meten en una banda u otra? ¿Qué queréis, despoblarlo todo? ¡Si hasta yo tengo un bisnieto que está con los Beligerantes!
—¿Tiene un bisnieto? ¿Y está con los Beligerantes? —se sorprendió Edri.
—Sí, sí —bufó Mendolina con impaciencia—. En el fondo es un buen chico. ¡Pero esa no es la cuestión! No podéis simplemente matar a todos los Beligerantes; además, si desaparecieran, lo único que pasaría sería que otra banda ocuparía su lugar. No, lo que este muchacho tiene que hacer…
—Este «muchacho» ni es un superhéroe ni tiene tiempo para esto —protestó Godorik—. Lo siento, pero estoy en medio de algo muy importante.
—Iba a decir que lo que este muchacho tiene que hacer es desafiar al líder de la banda —siguió Mendolina, sin prestarle atención—, y derrotarlo y convertirse en el nuevo líder. Así, todos los miembros de la banda lo seguirán a él, y podrá utilizar sus poderes para el bien y no para el mal.
Godorik, que hasta ese momento había tomado a Mendolina por alguien medianamente razonable, se llevó las manos a la cabeza.
—¿Es eso cierto? —preguntó Edri—. ¿Funcionan así las bandas?
—Sí —asintió la señora—. Cuando yo era más joven, y estuve saliendo con el líder de una banda de la sección 12…
—¿Cuando usted qué? —saltó Edri.