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Y así había comenzado la nueva paz temporal entre el Mal y el Bien.
—No durará —reconoció Orosc frente a Beredik, mientras paseaba arriba y abajo por el salón del trono, y su recién restituida Consejera Imperial asentía enérgicamente con la cabeza—. No podemos contar con que todo vuelva a ser como antes. La caja de los truenos ya se ha abierto, y el Bien nos volverá a atacar en cuanto recomponga sus maltrechas ideas, sin duda alguna. No nos queda otra que idear un plan que nos prepare para la guerra… que nos prepare, esperemos, no solo para resistir, sino para vencer.
Como Vlendgeron había pensado ya antes de que terminase la crisis de las anomalías, y como sin duda le convenía hacer a la vista de cómo se habían desarrollado los acontecimientos, se había empezado una renovación de la cúpula de mando del Mal. Pati Zanzorn, alguno de ellos, había conseguido milagrosamente mantener el puesto de jefe de inteligencia; pero todos los malignos generales, que ya eran estúpidos antes de que se les derritieran los cerebros y que desde ese incidente no habían mejorado mucho, fueron prontamente degradados no a comida de caimán, como Vlendgeron había pensado, pero sí a guardianes del foso de caimanes (lo que, a la larga, podía no ser tan diferente del plan original). Mario Cirr, que tras el regreso de la Sin Ojos debía haber vuelto a ser fontanero a tiempo completo, fue nombrado fontanero-Consejero Imperial adjunto, con gran disgusto por su parte.
—¿Y quién se ocupará de las cañerías cuando yo falte? —refunfuñaba por el fuerte.
Sin embargo, Celsio Barn, que seguía en la cantina y en el que el Gran Emperador seguía depositando toda su confianza para administrar disimuladamente sus recursos humanos, consiguió animarle señalándole que la conquista de territorios por parte del Mal se traduciría directamente en la obtención de materiales para reemplazar las cañerías; y que a veces un fontanero tenía que salirse un poco del camino directo para poder realizar su labor.
—Bueno, visto así —se consoló (un poco) Cirr.
Sore Matancianas, que seguía siendo una de las personas más competentes del fuerte, fue ascendido a maligno general. Esta meteórica subida de rango lo sorprendió tanto, y dotó de tanto renovado entusiasmo a sus planes de bombardear medio Bien por medio de globos y otras cosas por el estilo, que por un tiempo Vlendgeron consideró si no sería más sensato cesarlo otra vez; pero al fin la necesidad le aconsejó otra cosa. No solo eso, sino que tras comprobar la enorme escasez de malignos generales que tenía de repente, el Gran Emperador decidió darles el puesto también al Fozo, a Avur Vilán y hasta a Asimarak Cuu, al que todavía no había escuchado siquiera decir media palabra.
Cornamenta Malroves y Adda Rojasangre, por su parte, habían decidido tras la experiencia de salir de limpiar la alacena y encontrarse con un fuerte completamente vacío y abandonado que no les importaría dedicarse al servicio del Mal de una forma algo más emocionante que limpiando Kil-Kyron.
—Además, lo más adecuado es que un fuerte maligno esté sucio y maloliente —decía de repente Cori, muy entusiasmada.
Así que de la noche a la mañana se enrolaron como soldados del Mal. Adda no estaba tan segura, pero Cori, con la imaginación exacerbada por lo que le contaban los Neutrales, ardía en deseos de ir a conquistarlo todo.
Los Neutrales habían mandado de vuelta su globo con las cajas precintadas que contenían a los inconscientes Ícaro Xerxes y Maricrís; pero la mayor parte de la unidad, incluido el jefe de la corbata roja, se habían quedado. Nadie estaba muy seguro de por qué, aunque el jefe había tenido una charla con Orosc Vlendgeron, tras la cual este les había permitido permanecer un tiempo en Kil-Kyron pese a su condición de no-malignos. La versión más extendida de los hechos era que iban a quedarse hasta que llegasen noticias del estado y la evolución de las dos anomalías, tras lo cual pensaban compartir con todo el mundo sus informaciones sobre cómo luchar contra esa clase de situaciones, según unos, o pedir una indemnización multimillonaria por daños y perjuicios a todos los implicados en el incidente, según otros; y que mientras tanto se alojaban en Kil-Kyron, y no en los terrenos del Bien (lo cual debería darles igual, puesto que eran Neutrales) porque la que los había llamado había sido Beredik la Sin Ojos.
Pero nadie lo sabía, y aunque las especulaciones se hacían cada vez más desproporcionadas, lo único cierto era que ahora un rincón de la cantina del fuerte estaba casi permanentemente ocupado por un grupo de Neutrales, que bebían soda sin parar y hablaban a todo el que quisiera escucharlos de lugares fantásticos y aventuras increíbles. Y esto llegó a excitar tanto la imaginación de muchos de los habitantes de Kil-Kyron que se produjo un nuevo repunte de idiotas y no-tan-idiotas que querían ir a ver mundo, realizar grandes hazañas y luchar contra el Bien. Esto preocupaba un poco al Gran Emperador, que después de lo que había pasado con Ícaro Xerxes estaba atravesando una fase en la que no se fiaba de nada; pero como aquello parecía más una nueva moda que otro fenómeno sobrenatural, tuvo que conformarse con lo que había, y hasta alegrarse por ello.
—Mal está lo que mal acaba —decía la Sin Ojos, repantingándose sobre su trono adjunto de Consejera Imperial y sintiéndose importante.
—Sí —gruñía Orosc Vlendgeron—, pero esto no ha hecho más que empezar.
Fin de la primera parte