Cuando Godorik despertó, eran las tres de la tarde y no tenía ni idea de dónde estaba. La cabeza le dolía a rabiar, y tenía todo el cuerpo entumecido.
—Aggh… —barbotó— ¿Dónde estoy?
—En casa del doctor Daniel Agarandino, científico, inventor y cirujano —le informó una voz robótica. Manni estaba en la habitación, ordenando los restos del equipo—. Yo soy Manx, unidad robótica 28-B, filólogo computacional y asistente del doctor.
—¿Qué… qué hago aquí? —preguntó Godorik, intentando moverse, y descubriendo de repene que tenía brazos mecánicos—. ¿¡Qué es esto!?
—Con calma, con calma —dijo Manni, encendiendo la aspiradora—. A consecuencia del malfuncionamiento de tus extremidades y órganos internos, ha habido que sustituirlos por unidades de repuesto.
—A consecuencia del malfuncionamiento de… —repitió Godorik, intentando comprender lo que le decían—. ¿¡Y por qué han «malfuncionado» mis extremidades y órganos internos!?
—Oh, no sé —comentó el robot, con sarcasmo—. Podrían haber sido, no sé, los cuatro tiros y la caída de cien metros.
—Los… —murmuró Godorik, recordando de repente—. Ahora me acuerdo… esos tipos del callejón me dispararon, y luego… —hizo un esfuerzo, pero por más que lo intentó no consiguió acordarse de nada de lo que había pasado después—. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
—Supongo que los mismos tipos del callejón tuvieron la buena ocurrencia de intentar deshacerse de lo que creían tu cadáver arrojándolo al Hoyo —explicó Manni—. El buen doctor y yo te encontramos y te reparamos. Y tengo que decir, ¡menuda reparación! No he serrado tantos tendones como esta noche en tres años.
—¿Estoy dentro del Hoyo? —se extrañó Godorik.