Mariana se llevó la mano al bolsillo de la chaqueta y le estampó la tarjeta que la identificaba como gestora del nivel 9 en medio de la cara. Después de frotarse la nariz por un momento, Noscario Ciforentes logró recomponerse lo suficiente para echarle un vistazo.
—Esto… podría ser falso —musitó.
—No, espera —dijo una mujer de entre los que se habían levantado—. Si el rango de seguridad es correcto, debe de ser verdad. Esas identificaciones son muy difíciles de falsificar.
Mariana empezó a gruñir por lo bajo, mientras su carnet pasaba de mano en mano hasta llegar a la mujer; que, un momento después, lo certificó como verdadero.
—Bueno —respondió a eso Garvelto, desconcertado—, aún puede ser que de verdad sea la gestora del nivel 9, y esté en el ajo con Gidolet…
—Eso no es muy probable —reconoció Ciforentes, aunque disgustado—. Que nosotros sepamos, los altos cargos de la policía están comprados, pero hasta el momento Gidolet ha hecho todo lo posible por no alertar a la autoridad civil.
—¿Quién es ese Gidolet? —bramó Mariana, que no entendía gran cosa; y a la vez señaló a la mujer que tenía su carnet—. Devuélvame eso.
—Se llama Nicodémaco Gidolet, ¿no es así? —dijo tranquilamente Godorik, que durante todo el amago de conmoción no se había movido de su asiento—, y está desarrollando alguna clase de implantes robóticos que, supongo, le ayudarán a controlar a la población.
—Sí, eso es —corroboró Ciforentes, rascándose la cabeza—. Pero dígame, ¿quién es usted?
—Alguien que se ha metido hasta el fondo donde no le llamaban en absoluto —contestó Godorik—. Pero si en todo este tiempo me he convencido de algo, es que hay que detener a ese Gidolet… y probablemente remodelar un par de cosas en esta ciudad. Aún no estoy seguro al cien por cien de qué es lo que pretende, pero ahora mismo hay un doctor allá abajo analizando la patente de uno de sus implantes, y…