—Sí, pero no tengo que ir a buscarlos a la comisaría —protestó Godorik.
—¿También vas a emboscarlos en sus casas? —intervino Manni, dirigiendo ahora su sarcasmo a Godorik—. Tu modus operandi es lo suficientemente repetitivo como para que la policía pueda cazarte simplemente colocando trampas en todas los hogares privados de la ciudad.
—¿Y qué pasa si se sienten obligados a detenerte, de todas maneras? —insistió Agarandino—. Estás en búsqueda y captura, y es su deber.
—Entonces encontraré una forma de largarme antes de que me atrapen —se impacientó Godorik—. No pasa nada; Manni ya ha dicho que empiezo a ser un experto en esto.
—¿Quieres que te acompañe? —sugirió entonces el doctor.
—¿Qué? —se asombró Godorik— ¿Para qué?
—No sé, podría serte de ayuda —reflexionó Agarandino—. El saber que aún quedan grupos de resistencia en la ciudad me ha dado de repente ganas de volver a pisarla, ¿sabes?
—Pero si tú también estás en busca y captura —pitó repetidamente Manx.
—No se ofenda, doctor, pero creo que puedo moverme mejor por la ciudad yo solo —dijo rápidamente Godorik, alarmado ante la idea de que Agarandino intentase acompañarlo.
Agarandino pareció decepcionado, pero no protestó.
—Qué pena —fue lo único que dijo.
—Ya encontrará usted la oportunidad de volver a la ciudad, doctor —trató de consolarlo Godorik, a la vez que evitaba indagar más en la locura de aquellos dos—. Y ahora, me voy a dormir.