—Espere un momento, por favor —dijo otra vez el portero.
Godorik volvió a suspirar. Al cabo de unos interminables minutos, se escuchó por fin a través de aquel ingenio una voz diferente.
—¿Quién es? —preguntó alguien muy ronco—. ¿Qué quiere a estas horas de la noche?
—Disculpe que venga a visitarlo tan tarde, Vicecomisario —dijo Godorik, preguntándose cuál sería la mejor manera de lograr que el aparentemente muy dormido Verrunia lo tomase en serio—, pero no puedo venir en otro momento. Soy un fugitivo de la justicia.
Se produjo un corto silencio.
—¿Es esto una broma? —gruñó entonces el Vicecomisario—. Si sois otra vez los chicos del barrio haciendo…
—No no no no —intervino rápidamente Godorik—. No es ninguna broma. Me vio usted en la comisaría de policía hace varias semanas.
—No entiendo nada —dijo Verrunia.
—Sí, sí. No sé si se acordará de mí… Presenté una denuncia por lo que creía que era actividad terrorista, y en lugar de escucharme el Comisario quiso detenerme por cyborgización ilícita…
—¡Ah! ¡Usted! —pareció despertar el Vicecomisario—. Pero ¿está loco? ¿Qué hace llamando a mi portero a estas horas de la noche? Voy a tener que avisar a la patrulla de inmediato…
—Si hace usted eso, saldré corriendo ahora mismo, y ni me atraparán ni usted se enterará de lo que tengo que decir. Y lo que tengo que decir es de vital importancia para toda la ciudad.
Verrunia calló por un momento, como si reflexionase.
—No puedo llamar a la patrulla solo porque usted diga que es un criminal —se justificó, al fin—. Lo más probable es que se trate de una broma. Si habla usted en serio, encuéntrese conmigo en la plaza al final de la calle dentro de… quince minutos.
—Claro; para darle a usted tiempo a llamar a la policía y tenderme una emboscada —farfulló Godorik.