Ella alzó una mano y le acarició la mejilla.
—¿Te gusta bailar? —preguntó de repente.
—¿Bailar?
—¿Quieres acompañarme a una fiesta de Navidad? —propuso ella.
—¿Una fiesta? ¿Qué tipo de fiesta?
—Una fiesta de las que tú llamarías de señorita —se burló Nina—. Con música y esmóquines y cócteles, y gente que se cree más importante de lo que es.
—¿Quieres que yo vaya a una cosa así? —se extrañó Ray—. ¿Por qué?
—¿Por qué no? Necesito que alguien me acompañe, o algún viejo amigo de mis padres me agobiará toda la noche. A no ser que no te apetezca ir a algo tan aburrido, por supuesto.
—No, claro que me gustaría ir —respondió él, sin pensar.
—Eso sería maravilloso —la chica juntó las palmas de las manos, como si aplaudiera. Ray, que había accedido casi por acto reflejo, no se atrevió a retractarse.
—Entonces… —contestó, un poco incómodo.
—Será el día veintiséis, por la noche —dijo ella—. Podemos vernos aquí un poco antes.
—No tengo ningún esmóquin —se excusó él.
—No pasa nada —dijo ella—. Le pediré a mi primo que te preste uno.
Y con eso el tema quedó zanjado.