Godorik le dio las gracias y se encaminó hacia aquellos avistamientos de cañería que pudo encontrar. No tardó en darse cuenta de que aquello era efectivamente una gran tubería que recorría parte del nivel, dándole sentido al de otra manera un tanto extraño nombre «la Tubería».
—Un almacén con ventanas rojas —gruñó para sí, tras comprobar que en los alrededores no veía nada que pudiera entenderse como tal—. ¿No podía esa chica haber sido un poco más específica con sus instrucciones?
En aquella parte la Tubería, que era un conducto metálico de varios metros de diámetro, colgaba ya del techo a altura considerable. Godorik se posó sobre ella de un salto, y desde allí contempló con detenimiento lo que podía ver del nivel. Almacenes había unos cuantos, pero ninguno con ventanas rojas. Desconcertado, comenzó a hacer equilibrios para aumentar el alcance de su campo de visión, y finalmente hasta se descolgó de la Tubería como si fuera un mono.
—Ahí —identificó de repente algo que parecía un almacén con ventanas grandes y rojas, que estaba justo debajo de la Tubería, y que hasta el momento no había visto porque se hallaba encima de él—. Qué tonto soy.
Bajó de otro salto, y aterrizó cerca del almacén. En la entrada de este había un grupo de jóvenes, que por su vestimenta y actitud le recordaban peligrosamente a los Beligerantes de los que había tenido que huir la última vez que se encontró en aquel nivel. Confundido, Godorik se preguntó si aquello podía ser una trampa; ¿por qué querría Edri citarlo en un lugar que tuviese siquiera remotamente algo que ver con los Beligerantes?
Además, no veía a Edri, ni a Ran, por ninguna parte.
—Quizás me llamó antes de que llegara esta gente, y ahora ha tenido que salir corriendo —aventuró Godorik, para sí. Pero en ese caso debería haberle llamado otra vez para avisarle de ese cambio de planes. Godorik sacó el teledatáfono y comprobó si había pasado por alto alguna llamada. Pero no era así.