—¡Bah! —farfulló Normas, pero dejó en paz a Coroles—. Bueno, Godofredo…
—Godorik.
—Como sea. ¿Qué vas a hacer ahora?
—Obligar a alguien a que llame a un médico.
—No, no —el anterior jefe sacudió la cabeza—. Quiero decir: me temo que, según nuestras normas, tú eres ahora el jefe de nuestra banda.
—¡Toma ya! —estalló Edri en un silbido triunfal, y empezó a mirar al resto de los presentes con aire de pavoneo.
—Pero, jefe… —insistió uno de los que dudaban.
Godorik le hizo un gesto a Edri para que se callara, pero los otros creyeron que se dirigía a ellos, y cerraron la boca también.
—No voy a haceros de jefe —gruñó en dirección a Normas—. Por mí, disolved la banda y volved cada uno a vuestra casa. Yo solo he venido aquí a rescatar a estos dos idiotas.
—¡Disolver la banda! —gritó Normas, con horror—. ¡No, no! No podemos hacer eso.
—Tampoco podéis seguir aterrorizando al nivel de esta manera; ¿quiénes os creéis que sois?
—Somos los Beligerantes.
—Sois un puñado de imbéciles asaltando a gente de bien. O, uh, a gente de más o menos bien —vaciló Godorik, pensando en lo que había visto hasta el momento en aquel nivel.
Edri volvió a silbar. Normas torció el gesto.
—Ya habló el señorito justiciero —tronó—. Este nivel es una basura, con y sin nosotros. ¿Crees que, si disolvemos la banda, el crimen desaparecerá, todo será alegría y florecillas, y los pobres oprimidos habitantes del nivel podrán por fin dedicarse en paz a sus cosas? Al contrario: otra banda ocupará nuestro lugar, y como tendrá menos competencia podrá hacer aún más lo que le plazca; y esos mismos pobres oprimidos se vengarán violentamente de nosotros y luego volverán a sus asuntos tan ilegales como los nuestros.