Debió de quedarse dormida, porque se despertó horas más tarde, cuando ya había anochecido y la casa estaba oscura y silenciosa. Su marido no había llegado, pero eso no la preocupó. No había nada que le importase en aquel momento menos que el lugar en el que podía estar Gérard Guillory, o lo que podría estar haciendo.
Se levantó de la cama y vagó por la casa. En la oscuridad le pareció una casa extraña; no la reconocía como suya. Intentó llegar a las habitaciones de sus hijos, pero no las encontró; los pasillos estaban torcidos y deformes, y llevaban a lugares a los que no deberían llevar. Angustiada, continuó recorriendo los corredores, arrastrando los pies por la moqueta; hasta que, finalmente, al fondo del pasillo del segundo piso, encontró una habitación, lujosamente decorada, que tenía un gran ventanal, abierto, que daba hacia una de las torrecillas que decoraban el palacete…
Avanzó hacia la ventana, y sin mirar hacia abajo, se lanzó al vacío ―――――
Nina se despertó, sobresaltada. Miró a su alrededor con desconcierto; se encontraba en su cama, en su apartamento, el mismo apartamento que Ray había dejado precipitadamente unos meses antes.
Resoplando ruidosamente, se dio la vuelta en la cama, mientras los fragmentos de lo que había soñado comenzaban a disolverse en su mente. Pero una cosa se quedó: la idea de que había sido muy desagradable.
Alzó una mano y contempló confundida su propia palma durante un buen rato, sin saber muy bien qué hacía.
—Gérard Guillory, ¿eh? —gruñó al fin—. Gérard Guillory… no me atraparás por segunda vez.