El Vicecomisario y el Subcomisario se miraron desconcertados, mientras dos de los policías apresaban a Godorik.
—Comisario, esto no… —empezó el Subcomisario.
—¿Está usted loco? —bramó Godorik—. ¿A qué viene todo esto?
—¡Yo, loco! —contestó el Comisario—. ¡Usted es el loco! ¡Un loco peligroso!
Los policías arrastraron a Godorik fuera de la oficina y a través del pasillo, mientras desde el despacho del Comisario se escuchaban aún las voces del Subcomisario y del Vicecomisario, protestando.
—¡Suéltenme! —gritó Godorik— ¡Esto es ridículo!
Dio un tirón, intentando soltarse; para su sorpresa, no solo se soltó, sino que su movimiento lanzó al hombre que lo tenía sujeto por ese brazo unos cinco metros hacia atrás, tirándolo al suelo.
Por un momento, tanto Godorik como los policías miraron aquello asombrados. Entonces, Godorik empujó a los que quedaban, arrojándolos bruscamente hacia la pared; se dio la vuelta y echó a correr en la dirección de la que había venido.
—¡Alto! ¡Alto! —gritó uno de los policías—. ¡En nombre de la Computadora, deténgase!
Pero Godorik no se detuvo. Los policías lo persiguieron, y un par de oficinistas que se encontró en su camino trataron de detenerlo; pero, muy para su sorpresa, era mucho más rápido que todos ellos, y esquivó todo lo que se le puso por delante con facilidad. Al cabo de unos instantes, se encontró de nuevo en la entrada, donde el empleado robotizado estaba sentado a su mesa con aire aburrido.
—¿Qué es todo ese…? —empezó a preguntar, pero Godorik lo ignoró por completo y saltó por la puerta.
—¡Deténgase! ¡Deténgase! —continuaban gritando sus perseguidores. Alguien disparó, pero no acertó; y, aunque no había una gran multitud reunida en el nivel 1 en ese momento, había suficientes transeúntes como para disuadir al resto de la policía de volver a disparar. Godorik se dirigió hacia las escaleras a la carrera; pero para entonces un par de guardias apostados allí ya se habían dado cuenta de lo que ocurría, y trataron de cortarle el paso.