—¿La resistencia contra qué? —preguntó Mariana.
—Contra la Computadora, por lo que se ve —suspiró Godorik, hastiado.
—¿Contra la Computadora? —exclamó ella—. ¿Son de esos conspiracionistas?
—Nosotros —remarcó Agarandino— somos los defensores de la verdad.
—Oh, no —se quejó Mariana—. Más conspiracionistas. Hay conspiracionistas hasta dentro del Hoyo.
Siguió una fuerte bronca. Mariana insistía en que todos los conspiracionistas eran unos chiflados y Agarandino tronaba que todos los empleados de la Computadora eran lacayos complacientes del tirano opresor. Godorik observó todo aquello con impaciencia creciente, hasta que acabó pegando un puñetazo sobre la mesa.
—¡Basta ya! —exclamó. Agarandino, Manni y Mariana se callaron por un momento y lo miraron—. Doctor, yo soy (o era) un empleado de la Computadora. ¿Se cree usted que soy un lacayo de nadie? —espetó—. Y, Mariana: he ido a la policía con una denuncia grave, que por lo menos merecía que se investigase un poco; y ¿qué ha pasado? Han intentado detenerme. No me digas que no hay aquí algo que huele raro, y que todo son teorías conspiratorias absurdas.
—Pffffff —se quejó Mariana—. Está bien, es un poco raro.
—Y pienso hacer algo sobre ello —añadió Godorik—. Estoy muy escamado, Mariana. Tengo que encontrar a ese Gidolet, y averiguar qué pretende. Quizás no sea nada, pero, a estas alturas, lo dudo.
—¿Qué sabes de él? —preguntó ella.
—Casi nada —reconoció él—. Sé que lo llamaban Gidolet, que quiere hacer algo que necesita piezas; que está matando gente y buscando algo, y que no estará contento si no lo encuentra; y que… —reflexióno—. Creo recordar que escuché algo de «cyborgs descerebrados», pero no me acuerdo bien.
—No es mucho, pero es algo para empezar —dijo Mariana—. Si quieres, consultaré el registro y te sacaré una lista de todos los ciudadanos que se llamen Gidolet.