Abrió la portezuela que sellaba el tubo e introdujo la cabeza. Podía pasar, sin problema, y cabía dentro; pero desde luego pesaba mucho más de cincuenta kilos, y no había manera de conseguir que la máquina lo aspirase por sí solo, además de que intentarlo no le parecía una idea especialmente brillante. Pero, quizás…
Godorik entró en el tubo, que por suerte era un tubo de subida, y se puso de pie sobre la balanza.
—Superado el límite de peso —avisó la máquina, con un pitido—. El sistema no puede operar bajo estas circunstancias.
—Cállate, maldito cacharro —gruñó Godorik, y extendió las brazos, colocando una mano a cada lado del interior del conducto. Después, levantándose a pulso, se suspendió en el aire, sujetándose mediante la artimaña de pegar los hombros contra la pared del tubo por un lado, y los pies por el otro. Godorik había imaginado que eso le costaría bastante esfuerzo, pero no: levantó los pies del suelo con total facilidad, y se sostuvo después un metro más arriba también sin ningún problema. Y eso que, con sus nuevas partes metálicas, pesaba mucho más que antes; pero la eficiencia de aquellas extremidades robóticas era increíble.
—Manni tenía razón —bufó Godorik para sí, medio en broma, medio en serio—. ¿Por qué quieren los humanos conservar sus partes biológicas?
Hincó los codos en el tubo, y comenzó a avanzar hacia arriba de esta forma. Tardó un rato en llegar al techo, donde se encontraba la compuerta que se abría de forma automática cuando se utilizaba el tubo correctamente. Pensando por un momento que esto truncaría su plan, Godorik alargó una mano hasta la compuerta; resultó que no estaba cerrada, y que bastaba empujarla ligeramente para que sus dos puertas giraran sobre sus bisagras y lo dejaran pasar.