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El Fuerte Oscuro bullía de actividad. Los malignos ánimos que Ícaro Xerxes había infundido en el corazón de los clientes de la cantina habían llegado ya a todos sus habitantes; y estos se habían puesto en marcha con inusitado entusiasmo. El Gran Emperador, paseando por los pasillos, comprobó sorprendido cómo sus súbditos llevaban y traían armas, organizaban milicias y vociferaban malvadas consignas, con una eficienca nunca vista antes.
—¿Cómo es esto posible? —se preguntó, y se le ocurrió una nueva idea—. ¿Quizás ese muchacho, Tzu-Tang, sea el Elegido del que habló la Sin Ojos?
Desde luego, eso era posible, y el ferviente ajetreo en el que había sumido el fuerte con solo unas pocas palabras parecía prueba concluyente de ello; pero había algunos detalles que seguían escamando a Vlendgeron. Como, por ejemplo, ¿por qué se había esfumado la Sin Ojos justo antes de que llegase Tzu-Tang? Y ¿dónde estaba ahora? Aunque Cirr estaba desempeñando su puesto de Consejero Imperial sustituto con eficacia inesperada (lo que se traducía, por otra parte, en que al faltarle el tiempo las tuberías del fuerte estaban cada vez más deterioradas), el Gran Emperador estaba intranquilo, y se temía que la desaparición de Beredik fuese parte de algún extraño complot.
No obstante, y pese a que le parecía que aquel frenesí era de todo menos prudente, no podía estar descontento con la situación actual. Por primera vez en mucho tiempo, quizás por primera vez desde que se había convertido en Gran Emperador (y quizás, incluso, también por primera vez desde el reinado de Vinne Vingard, cuando Orosc era todavía un jovencito y prometedor general), los seguidores del Mal se habían puesto en marcha, y estaban haciendo por sí mismos algo más que languidecer.
Mientras caminaba así, perdido en sus cavilaciones, se le acercó su primer general, Vatrog Vonagorre; un inepto de marca mayor que, sin embargo, ahora parecía alguien medianamente competente.
—¡Gran Emperador! —informó, con gran griterío—. ¡Las tropas están listas para atacar!
—¿Qué dice el servicio de inteligencia? —bramó Vlendgeron, con la frente arrugada—. ¿Dónde está Pati Zanzorn?
Una de las numerosas copias de Pati Zanzorn no tardó en aparecer; pero resultó ser una copia que no tenía la información que necesitaban. Sin embargo, la copia les mandó al Pati Zanzorn jefe de inteligencia unos minutos después.
—¿Qué pasa, jefe? —saludó este, animadamente.
—¿Qué sabes de los movimientos del Bien? —inquirió Vlendgeron.