Así pues, mientras Manni sacaba las sartenes de inducción y se disponía a asar una buena cantidad de tortitas saladas, Godorik fue a lavarse la cara en la palangana que había sobre la cómoda. No se había duchado desde hacía ya muchos días, desde que salió de su propio apartamento a visitar a Mariana, aquella noche fatídica en la que le dispararon; y eso lo hacía sentirse un poco extraño, pero, a decir verdad, no estaba seguro de que pudiera ducharse.
—Eh, doctor —preguntó a Agarandino, que en ese momento salía del cuarto del fondo con un casco de color rosa chicle sobre la cabeza, y con la bata empapada por algo que parecía agua pero que conociéndolo era más probable que fuese algún tipo de ácido corrosivo, o algo por el estilo— . Todavía no le he preguntado: ¿puedo ducharme ahora que soy un cyborg?
—Claro, claro —afirmó el doctor, quitándose el casco y secándose la cara con una cochambrosa toalla—. Ya te dije que eres perfectamente impermeable. Puedes bucear en un lago, si te apetece. Manni, ¿nos queda algo de zumo de limón? Acabo de volcar mi cubo de ensayo, y me apetece mucho un zumo de limón.
—No tenemos zumo de limón —pitó Manni, pero abrió la alacena y echó mano a un brik—. Tenemos extracto de arándanos verdes con piña.
—La gente de la ciudad cada vez bebe cosas más extrañas —protestó Agarandino, pero cogió el cartón que el robot estampó sobre el poyo y comenzó a bebérselo a grandes tragos—. En cualquier caso, Godorik, aunque puedes ducharte, ya no te hace tanta falta como cuando eras un simple y mísero humano; ya no sudas. Eso sí, deberías tomar un baño de aceite cada tres meses… ya sabes, por si las moscas.
—¿Un baño de aceite? —se extrañó Godorik, y luego sacudió la cabeza—. Ya me gustaría a mí saber dónde estaré, o qué estaré haciendo, dentro de tres meses.