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Ícaro Xerxes había subido la colina con tanta diligencia que a pesar de ser un atleta consumado se había quedado sin aliento. A pesar de ello, no dejó de correr una vez hubo llegado al portón del fuerte; al contrario, siguió trotando escaleras arriba y atropellando a transeúntes despistados hasta que irrumpió en el salón del trono como una exhalación.
—¡Gran Emperador! —gritó, abriendo la doble puerta de la sala de un golpe seco—. ¡Gran Emperador, el Bien ataca!
Una desconcertada limpiadora, que fregaba afanosamente el trono de obsidiana y gemas de imitación en el centro de la cámara, le devolvió la mirada.
—No está aquí —aclaró; pero Ícaro Xerxes, que como era muy inteligente había conseguido deducir esto por sí mismo, ya había salido corriendo otra vez.
—¿Y el Gran Emperador? —preguntaba, deteniendo a todo el que se encontrase por el camino, y luego seguía corriendo sin darles tiempo a contestar—. ¿Alguien ha visto al Gran Emperador?
—Está reunido con los generales —gritó al fin alguien tras él.
Así que Ícaro Xerxes cambió de rumbo y se dirigió hacia el salón de estrategia, que estaba un par de pisos más arriba. Llegó medio asfixiado, pero aún así le quedó la suficiente energía para intentar otra entrada espectacular.
—¡Gran Emperador! —repitió, girando el pomo de la única puerta y abriéndola con brusquedad—. ¡El Bien nos ataca!
El salón de estrategia, al contrario que el salón del trono, no era ningún gran exponente de majestuosidad. Este último había sido construido como el símbolo del poderío del Imperio, en un tiempo en el que Kil-Kyron era todavía efectivamente el centro de un imperio y el título de Gran Emperador tenía algún sentido; y su forma circular, sus suelos y muros de piedra y sus grandes ventanales, además del estrado que elevaba el elaborado y amenazador trono en el centro de la sala, estaban diseñados para ser imponentes. El salón de estrategia, en cambio, había estado situado en la primera planta cuando el fuerte se construyó, y aunque algo menos impactante también estaba decorado para crear una atmósfera tenebrosa en la que concebir planes adecuadamente malignos; pero una serie de circunstancias, incluyendo un pequeño derrumbamiento y algunos problemas con los materiales usados para el revestimiento de las paredes, habían hecho que la mayor parte de esa planta se dedicase al almacenamiento de sustancias tóxicas, y el salón de estrategia había sido realojado en la parte superior de la torre, en la antigua cocina de oficiales. Ahí se encontraba todavía, en una habitación rectangular de tamaño mediano, paredes y baldosas amarillas y persianas nada intimidantes; y la gran circular mesa de piedra sobre la que los generales movían sus figuras en simulación de su ejército había sido sustituida por una mesa de aluminio sacada de la conserjería, sobre la que ahora se agolpaban los importantes generales, formando una confusa montaña donde no se sabía muy bien quién era quién.