Nina alzó una ceja. Ray movió la mano, quitándole importancia.
—Se le pasará —aseguró, y abrió la carta del menú y se la entregó a Nina—. Bueno, ¿qué le apetece?
Nina volvió a cerrar la carta, sin mirarla.
—No conozco el lugar —dijo—, así que tomaré lo que usted me recomiende.
—No para usted de dejarme a mí todas las decisiones, ¿eh? —se quejó él. Ella le sonrió, pero no dijo nada—. Si le gustan los champiñones, le recomiendo una Carbonara.
A Nina le pareció bien, y pidieron un rato después, cuando Tony Altoviti (que en realidad solo estaba fingiendo estar ofendido) se dignó a volver a salir de la cocina. Las pizzas, sin embargo, las trajo muy pronto; y Nina tuvo que admitir que, para el aspecto del establecimiento, su sabor era bastante bueno.
—Así que estudia usted filología francesa —comentó Ray, mientras comían—. Entonces, tendrá que conocer a todos los grandes autores.
—Sería de esperar —rió ella.
—¿Sería de esperar? —se extrañó él—. ¿No es usted una alumna muy aplicada? Palabra de honor que tiene usted cara de alumna muy aplicada. A ver, ¿cuál es su autor favorito?
—Zola, seguramente —contestó ella, tras un instante.
—¿Zola? —exclamó él—. No me diga eso. Tuvimos que leerlo en el colegio; y tengo que decir que era un peñazo.
—Así que sí fue usted al colegio —apuntó Nina, con sarcasmo.
—¿Cree usted que soy una especie de salvaje de la selva? —protestó Ray, y se echó hacia atrás en la silla, moviendo la cabeza desaprobatoriamente—. Señorita, una jovencita tan agradable y hermosa como usted no puede tener a Zola por autor favorito. A usted tiene que gustarle algún poeta romántico, a saber, quizás Nerval, o Musset, o Lamartine. Escoja alguno, el que quiera, pero, por favor, no mencione a Zola.