Cualquier otro lugar · Página 36

4. Por qué (no) estafar a una galería de arte internacional,
y otros progresos que hace esta historia

 

Pese a todo, Nina no volvió hasta el sábado, que era cuando el circo no actuaba. Esta vez consiguió cruzar la verja con éxito, y se ahorró otra expedición a través de la baranda del río. Cuando llamó a la puerta de Ray, lo primero que hizo fue entregarle su ropa, lavada y planchada.

—¿Has planchado mi ropa? —se asombró él.

—¿He hecho mal? —se inquietó ella.

—No —dijo él, confundido—. Esto no lo había planchado nadie en… bueno, nunca.

Entró un momento a dejar la ropa en el cajón, pero no invitó a Nina a pasar. Dentro, se escuchó la voz de Capuleto, gritando «¿quién es?».

—¡Es para mí! —gritó Ray, y cerró la puerta. Entonces se volvió a Nina—. Lo siento; me gustaría invitarte a entrar, pero Capuleto y Rosa están en casa hoy, y va a ser un poco raro.

—Perfecto para mis planes, entonces —rió Nina—. ¿Quieres venir conmigo al centro?

—Me encantaría —accedió él.

Tomaron el metro, esta vez los dos juntos. Se bajaron cerca del apartamento de Nina, pero no subieron a él; Nina se dirigió a un pequeño local situado en la esquina de una concurrida avenida.

—Este es mi café favorito —explicó a Ray.

Este le echó una ojeada. Era un lugar con baldosas de piedra, columnas profusamente ornamentadas, y sillas y mesas blancas, sobre cada una de las cuales había una maceta; en general, una extraña mezcla de estilo modernista e invernadero de jardín.

Los dos jóvenes pasaron, y escogieron una mesa que estaba junto a una cristalera de colores.

—¿Qué desean? —les preguntó una camarera casi inmediatamente. Ray abrió la boca para decir algo, pero la volvió a cerrar enseguida, y en su lugar hizo un gesto hacia Nina, cediéndole la palabra.

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