Cualquier otro lugar · Página 42

Nina se levantó también y se acercó a su lado. Ambos callaron por unos minutos, mientras se bebían el café.

—Tienes unas buenas vistas —comentó él al fin.

—A estas horas no se ve nada —dijo ella, divertida—. Con luz, no son malas.

—Nina —dijo él de repente, volviéndose hacia ella—. Pronto me habré ido de aquí. Lo sabes, ¿verdad?

—Lo imagino —contestó ella suavemente.

—No quiero que creas que… —empezó él, pero, en lugar de terminar, cambió de frase—. No sé si todo esto es una buena idea.

—Ray… —dijo ella—. No te preocupes por eso.

—¿Por qué no? —suspiró él, pegando la frente contra el cristal.

—Ya nos preocuparemos cuando llegue el momento —respondió ella—. No ahora.

Eso fue suficiente para él. La atrajo hacia así y volvió a besarla, y siguió besándola hasta que de tanto beso derramó lo que le quedaba de café y manchó la alfombra.

—¡Ah! —se sobresaltó, al darse cuenta—. Perdona, ha sido sin querer.

Dejó la taza sobre la repisa, y antes de que Nina pudiera detenerlo trató de limpiar el estropicio con la manga del jersey. Pero esto no solo no arregló el problema, sino que repartió aún más la mancha, y echó a perder ambas cosas: la alfombra blanca y la manga de su jersey.

—Deja eso, hombre, no pasa nada —intervino Nina, aunque ya era tarde para arreglarlo—. Ya se podrá quitar; y, si no, no importa.

Ray se echó a reír. Nina dejó su taza sobre la mesa, y se agachó también; y esta vez fue ella la que le estampó un beso a él. Terminaron ambos acurrucados en el suelo, ella sentada sobre las rodillas de él, y él con la espalda apoyada contra el cristal, acariciándole a ella la mejilla.

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