—No te compliques la vida. Regálale un perfume, y seguro que acertarás.
—Con mi suerte, si voy a una tienda y compro un perfume resultará que es una fragancia especial para amantes de los coches de carreras —carraspeó Jean—. Mejor dime qué marca de perfume usa, y así estaré seguro de acertar.
Nina había estado a punto de decir que a su madre no le importaba la novedad en sus perfumes, pero el ejemplo de los coches de carreras la hizo pensar que quizás sería mejor callarse. Así que confesó que la señora Mercier sentía una cierta predilección por la marca Chanel, y Jean se dio por satisfecho con eso.
—Ya sabes que quiero seguir siendo su sobrino favorito —bromeó.
—Entonces, nada de turbantes para la ducha —respondió Nina.
Jean se marchó poco después, dejándose la mitad del café. En cuanto se hubo ido, Ray se levantó.
—Creo que yo debería irme ya también —anunció.
—No quiero retenerte si tienes trabajo que hacer —dijo Nina—. ¿Cuándo volveré a verte?
—No lo sé —contestó él—. Cuando quieras.
—Navidad está a la vuelta de la esquina —reflexionó ella en voz alta—. La celebraremos en casa de mis padres, seguramente. No viven lejos, pero…
—Entiendo —la cortó él—. Yo estaré con Capuleto y Rosa, así que ya nos veremos después.