Tomó su mano. Ray la condujo hacia el centro de la sala, donde había ya varias parejas. Enderezó la espalda como un bailarín profesional y la cogió por la cintura; y, en cuanto la música comenzó de nuevo, inició un vals con pasos limpios y cuidados, y ritmo perfecto. Nina lo siguió, un tanto sorprendida, y dieron varias vueltas por el salón; Ray llevaba el paso con tanta fluidez que, en lugar de bailar, parecía que flotaban.
—Eres un experto bailarín —exclamó ella, tras unos momentos.
—Tú tampoco lo haces nada mal —contestó él.
—¿Dónde lo aprendiste?
Su acompañante sonrió con picardía.
—¿Qué esperabas? —quiso saber—. Quizás no me guste el caviar; pero de esto sé más que la mayoría de los que están aquí.
—No, no, en serio —insistió ella, devolviéndole la sonrisa—. No sabía que supieras bailar tan bien. ¿Dónde lo aprendiste?
—¡Ja! —se regodeó él, pero al fin contestó—. En Viena.
—¿En Viena? —se asombró Nina—. ¿Has estado en Viena?
—Sí, un tiempo.
—Debes de haber viajado mucho.
Ray asintió. La pieza terminó casi en ese mismo momento, y fue sustituida por una mucho más lenta y melódica. Siguieron danzando, pero no reanudaron la conversación, porque rápidamente llamó su atención otra cosa.
—Nina, ¿no es ese tu primo? —preguntó Ray, señalando con la mirada a una pareja al otro lado de la zona de baile.
En cuanto pudo, Nina echó un vistazo. En efecto, allí estaba Jean, acompañado por la señorita Annabelle Géroux.
—¿Quién está con él? —quiso saber Ray.
—Es la señorita Géroux —contestó Nina—. También estuvo aquel día en el circo.