Ray se dejó caer contra la pared y cruzó los brazos, muy frustrado. En ese momento intervino Rosa, que había estado observándolo todo apostada en la puerta del baño.
—Capuleto —dijo en tono suave, cogiendo su brazo—, Ray ya es un adulto, y tiene derecho a tomar sus propias decisiones. Sé que te duele, pero al menos escucha lo que te quiere decir.
Capuleto la miró con rabia, como dispuesto a estallar de nuevo; pero un instante después respiró ruidosamente y se volvió otra vez hacia Ray.
—¿Qué me quieres decir, muchacho? —preguntó.
Ray respiró hondo también.
—Capuleto, sé que has hecho mucho por mí, y te lo agradeceré siempre —dijo—. Pero… llevo pensado esto ya un tiempo, y necesito cambiar de aires; necesito hacer algo nuevo. Y he conocido a una chica, así que…
—¿Una chica? —gruñó otra vez Capuleto—. ¿Nos dejas por una chica?
Ray titubeó.
—Incluso si ese fuese el caso, ¿cuál sería el problema? —intervino de nuevo Rosa, en su misión tranquilizadora—. Querido, tu muchacho ya es un hombre, y tiene una vida. Tal vez se equivoque, y tal vez no, pero debes dejarle vivirla… ¿no crees?
Capuleto volvió a debatirse entre la ira y la frustración y la tentación de ceder a las palabras amables de Rosa, y al final resopló sonoramente.
—Eres como mi hijo —barbotó, en la dirección general de Ray—. El jefe no estará contento de que te marches así, de improviso.
—Lo imagino —contestó este rápidamente—. Pero Pierre puede sustituirme… e imagino que lo estará deseando, porque hace ya tiempo que quería tener un número propio.