—¿Y crees que yo no te quiero? —respondió él—. Pero aún así, no es una idea sensata, y lo sabes; ambos lo sabemos. Incluso aunque estuvieras dispuesta a tirarlo todo por la borda, a sacrificarlo todo solo para casarte conmigo, ¿qué crees que dirían tus padres? ¿Qué diría el resto de tu familia? ¡Dejarían de hablarte, como poco! ¿Es eso lo que quieres? —suspiró—. No es lo que yo quiero para ti, desde luego.
—Ray… —musitó ella, atónita— ¿cómo puedes decirme esto?
—¿Es que me equivoco? —farfulló él—. Nina, no te estoy diciendo que tengas que casarte con ese Gallory, o Guillory, o como se llame. Si no le quieres, y no te hace feliz, no deberías hacerlo, para agradar a nadie. Estoy seguro de que tus padres, aunque no les guste, podrán aceptar eso… Y, con el tiempo, encontrarás a alguien, a alguien más cercano a tu esfera, que complazca a tus padres y te complazca a ti; y entonces todo irá bien.
Diciendo eso, se separó de ella.
—No soy el único hombre en el mundo, Nina, y desde luego no soy el más apropiado para ti —agregó.
—No digas tonterías —exclamó ella—. No quiero a otro. No quiero a ningún otro. Te quiero a ti.
—Ahora me quieres a mí —dijo él—. Pero eso también pasará, y entonces te alegrarás de no haber actuado con precipitación. Ah, demonios, Nina; desde el momento en que te vi, desde el mismo momento en que te saqué a la pista, supe que tú no eras algo que yo podía tener.
Casi escupió esa última frase. Eso acabó de sacar a Nina de sus casillas.
—¡Eso no te corresponde decidirlo a ti —gritó—, ni a mis padres, ni a ningún otro! La única que puede decidir quién puede tenerme, y quién no, soy yo.