La fiesta fue en el mismo palacete del señor Patenaude donde meses antes había llevado a Ray. En cuanto llegó, los señores Mercier, que habían temido que al final no apareciese, la condujeron, ávidos, hasta donde estaban los Guillory.
—Nina, estos son el señor y la señora Guillory —se los presentaron—, y su hijo mayor, el señor Gérard Guillory.
Nina murmuró por lo bajo lo encantada que estaba de conocerlos. Los señores Guillory, que al parecer ya la consideraban su futura nuera, la recibieron calurosamente y parecieron encantados con ella, a pesar de su cara de desgana y sus modales un tanto deficientes.
Gérard Guillory resultó ser un hombre de cara redonda y roja, con el ceño casi permanentemente fruncido. Llevaba un esmóquin muy elegante, que sin embargo no le favorecía mucho.
—Encantada de conocerla, señorita Mercier —fue lo primero que dijo, sin cambiar de expresión. Nina, que ya iba predispuesta a que no le gustase, lo encontró francamente desagradable.
—Lo mismo digo, señor Guillory —contestó, igualmente enojada.
—Estábamos ansiosos por conocerla, señorita Mercier —parloteó la señora Guillory, que era una mujer muy habladora y con una cara muy alegre—. ¡Nos han hablado tanto de usted! Gérard está entusiasmado de encontrarse por fin en su compañía, se lo digo yo.
—Por supuesto, así es —dijo a eso Gérard Guillory, con el mismo tono que si le estuviesen hablando de la guerra de Crimea.
—Señores Mercier, tienen ustedes una hija encantadora —sentenció entonces la señora Guillory.
—Nina ha estado muy ocupada con sus exámenes finales últimamente —pareció que la disculpaba la señora Mercier—, y está aún con la cabeza en la universidad.