—¡Eh!, oiga —gritó—. Aquí no se puede entrar.
Nina lo miró por un momento. Se mordió el labio inferior, y se preguntó por qué había venido allí. Confusa, contestó al hombre de la ventanilla.
—Estoy buscando a «Rayo» Ray —dijo.
El hombre la contempló detenidamente, con expresión de sospecha, pero acabó por señalar una caravana cercana.
—Es ahí —dijo.
Sintiéndose observada, Nina se dirigió hacia ella. No sabía muy bien por qué había preguntado por el acróbata; lo había hecho por salir del paso. Por supuesto, no podía simplemente llamar a la puerta, porque no le cabía duda de que en cuanto «Rayo» Ray abriese la tomaría por loca. Indecisa e insegura, se detuvo frente a los tres peldaños que llevaban a la entrada de la caravana, sin saber qué hacer a continuación. En ese momento, la puerta se abrió, y apareció «Rayo» Ray.
Se trataba de un hombre muy joven, como mucho un poco mayor que Nina; y, aunque no especialmente alto, era de constitución tan fuerte y atlética como correspondía a un trapecista. Tenía los ojos azules y el cabello rubio, que durante la función había llevado repeinado hasta un punto casi ridículo. Pero ahora, con ropa normal y un peinado sin gomina, estaba aún mejor de lo que Nina lo recordaba. Ambos se miraron fijamente durante unos segundos, muy sorprendidos los dos.
—… Hola —dijo él al fin.
—Hola —contestó Nina, y enrojeció como un tomate. Bajó la mirada al suelo, y cuando tras un instante volvió a levantarla dijo rápidamente—. Lo siento, no quería molestar. Ya me marcho.
—No, no —dijo «Rayo» Ray sin pensar, y un instante después rectificó—. Uhm… aquí no se puede entrar, pero en este momento iba al barrio a comprar unas cosas. Si me… ¿permite que la acompañe hasta allí?