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—Y eso es básicamente lo que ha pasado. —terminó de explicar Brux—. Tenemos que actuar rápidamente.
Se encontraba en la sala del trono del Fuerte Oscuro. Orosc Vlendgeron, sentado sobre su trono, la miraba con una expresión de paciencia que parecía destinada a no durar mucho. Cirr, en el asiento de Consejero Imperial que normalmente ocupaba Beredik la Sin Ojos (que seguía sin aparecer), se esforzaba por fingir que todo aquello iba con él.
—Me parece muy bien, mi malvada mujer —suspiró el Gran Emperador, con el último hálito de su paciencia—. Lo que no sé muy bien es por qué todo esto debería importarme un carajo.
—¡No lo entendéis! —exclamó Brux Belladona—. Esa cría es peligrosa. En su interior alberga un enorme poder, que podría crearnos grandes dificultades si se usa contra nuestra causa. No es una simple mocosa intentando escapar de casa; ¡es un faro de luz y pureza que alimentará a nuestros enemigos! ¡Es un epítome del Bien!
—Pero —intervino Cirr—, señora, ¿usted sabe lo que significa la palabra «epítome»?
Brux Belladona pareció un tanto perdida por un momento.
—¡Esa no es la cuestión! —dijo al fin—. La cuestión es que es peligrosa, y si cae en manos del Bien, podemos darnos por perdidos.
—Pero —dijo Orosc—, ¿por qué? Tengo que admitir que me preocupa que los aldeanos empiecen a huir hacia las tierras del Bien, pero tratándose solo de una muchacha, por lo demás bastante desequilibrada, no me parece que sea un grave problema.
—No digáis tonterías —cortó Brux—. Es una desequilibrada, sí, pero os estoy diciendo que es una desequilibrada peligrosa. ¡Su poder alterará la delicada situación en la que nos encontramos, y hará que las fuerzas del Bien vuelvan a interesarse por aniquilarnos!
—Si todo esto es cierto —objetó Vlendgeron, empezando, a la vez, a cabrearse y a preocuparse—, ¿por qué no nos avisó usted de esto hace tiempo, y así habríamos podido encargarnos de ella sin prisas?
—¿Creéis acaso que a mí me hace gracia todo esto? —bramó Brux Belladona—. ¡Soy la infame hechicera Brux Belladona, y se trata de mi hija! ¡Estoy avergonzada de haber parido semejante aberración! Durante todo este tiempo, demasiado quizás, he tratado de ocultarme la verdad a mí misma, intentando provocar a Maricrís para que la rabia se apoderase de su corazón y consumiese lo mejor de ella, y así todos pudiésemos respirar tranquilos. ¡Pero no! ¡He fracasado!
—Demasiado, sin duda —suspiró Orosc Vlendgeron—. Está bien. Vuelva a la aldea; yo me encargaré de poner en claro este asunto.