El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 24

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Marinina, mientras tanto, había conseguido huir de Kil-Kanan y se adentraba ahora en los territorios del Bien, con el corazón en un puño y sin embargo con la mejor de las esperanzas. Caminó durante horas, hasta que finalmente, creyendo que había despistado a su (único) perseguidor, se sentó a descansar en una piedra a un lado del camino.

Unos minutos después, escuchó ruido; Blancur gruñó, y Maricrís vio que se acercaba un hombre. Alarmada, puesto que en Surlán, como buena aldea maligna que era, cualquiera que se acercase a cualquier otra persona tenía malas intenciones (u, ocasionalmente, quería preguntarle si tenía algo de pimienta; pero en ese caso era para hacer la sopa tan picante que toda su familia la escupiese con asco, así que eso también podría contar como una mala intención), se levantó y buscó un lugar donde esconderse. Pero, ¡oh, triste suerte! Podía esconderse perfectamente entre los árboles, pero por razones dramáticas tardó tanto en hacerlo que el hombre la vio.

—¡Muchacha! —la llamó, y Maricrís detuvo por completo su intentona de camuflarse un poco. Además, Blancur ladraba tanto que habría sido imposible que no la descubrieran, de todas maneras.

—Este perro será muy bueno, pero vaya si es un estorbo —dijo Maricrís para sí, aunque, como era todo bondad, inmediatamente lamentó haber tenido una idea tan pragmática y desagradable.

—Muchacha —repitió el hombre, que ya se había acercado a ella. Debía de ser un caballero, pues llevaba armas y cota de malla, y un casco con plumas; pero era muy diferente de los caballeros del mal. En vez de vestir una armadura roja o negra, preferiblemente oxidada o compuesta por diversas piezas rapiñadas de armaduras diferentes (lo cual era la última moda en Surlán; aunque Maricrís había oído que en lo alto del fuerte esa tendencia ya había pasado, y ahora se llevaban más las cabezas de enemigos disecadas), sus aderezos metálicos eran tan plateados y brillantes como uno se espera de unos aderezos metálicos, y estaban bien cuidados y complementados con plumas y ropa de vivos colores. Aquel debía de ser sin duda un paladín del Bien—, ¿qué haces aquí? ¿No sabes que es peligroso acercarse tanto a esa tierra de maldad y desesperanza que es la montaña maldita de Kil-Kanan?

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