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Vlendgeron, Cirr, Cori y Adda salieron al paso de Kronne el ilusionista. Este no los vio acercarse, y se llevó un susto de muerte cuando de repente aparecieron por la esquina del fuerte.
—¿Qué…? —empezó, echándose hacia atrás. Entonces reconoció al Gran Emperador, y se sobresaltó aún más.
—¡Eh, tú! —llamó inmediatamente Cirr, temiendo que se largara antes de que pudieran sonsacarle nada—. ¿Qué ha pasado aquí?
—¿Qué ha pasado dónde? —preguntó Kronne, confuso.
—¿Dónde está todo el mundo? —interrumpió Orosc, impaciente—. ¿Por qué han abandonado todos el fuerte?
Kronne siguó confuso por un momento; pero como no solo era un gran mentiroso sino que además tenía una mente ágil, sumó dos y dos y conectó rápidamente el ataque prematuro del Bien, el lío resultante, y la avalancha que había bajado de Kil-Kyron.
—Ah —respondió, mirando a Vlendgeron directamente y dándose importancia—, ¿no sabéis que los ejércitos del Bien ya han comenzado el ataque?
Vlendgeron frunció el ceño, disgustado.
—Me lo imaginaba —contestó—. ¿Cuándo?
—Hace unas horas. Los vigías informaron de que los ejércitos de Aguascristalinas habían salido de su ciudad… y se habían dirigido a Valleamor.
—¿A Valleamor? —se extrañó Cirr—. ¿Por qué?
—¿Qué sé yo? —el ilusionista se encogió de hombros—. Alguien dijo que era alguna maniobra de trabajo en equipo.
—¿Dónde está todo el fuerte? —gruñó Vlendgeron.
—Hace un rato cruzó la aldea de Malavaric una multitud procedente del fuerte; supongo que eran los que estáis buscando —le contestó el hombre, con otro gruñido—. Entonces, ¿no queda nadie en Kil-Kyron?
—Nadie —confirmó Vlendgeron—. ¿Dónde se dirigía esa multitud?
—A atacar a los ejércitos del Bien, o eso supongo —dijo Kronne, arrancando a los demás una mirada de asombro—. ¿Y animales? ¿Queda alguno?
—¿Han ido a atacar al enemigo directamente? —se extrañó Cirr—. ¡Esa valentía no es propia de soldados del Mal!
—Esto tiene algo que ver con ese Tzu-Tang, estoy seguro —musitó el Gran Emperador para sí, y se volvió de nuevo hacia el hechicero—. ¿Para qué quieres los animales?
Kronne lo miró divertido.
—Para huir de aquí, por supuesto —dijo—. Lo siento, Majestad Imperial, pero no pienso quedarme por aquí a esperar a que me masacren. Iré a las tierras del Bien y me haré pasar por uno de ellos… hasta que consiga encontrar algún otro lugar al que ir.
—De eso nada —tronó Vlendgeron, de inmediato—. No estamos como para prescindir de gente. Vas a venir con nosotros, y ayudarnos a arreglar esta catástrofe.
—¡Ja! Qué irónico —rió Kronne entre dientes—. ¿A cuántos líderes del Mal tendré que explicarles hoy que lo de sacrificarse por los demás no es lo mío?
El Gran Emperador avanzó un paso, amenazante.
—¿Sacrificarse por los demás? Aquí nadie va a sacrificarse por los demás —bramó—. Aquí tú vas a obedecer mis órdenes; y sin rechistar.
Kronne dio un paso atrás y alzó las manos, aún sin dejar de sonreír.
—Me temo que no —replicó.
De sus manos surgió un resplandor violeta, que se esparció en dirección a sus oponentes, a la entrada del fuerte, y a las cuadras. Orosc, Cirr, Adda y Cori retrocedieron, intentando esquivarlo; pero era demasiado tarde.