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Mientras tanto, Sore Matancianas lideraba montaña abajo una nueva expedición de ineptos. Desde que había cogido la correa de Blancur el camaleorro, este se había tirado ansiosamente por la ladera del monte, olisqueando todo lo que encontraba en su camino y reproduciendo fielmente la trayectoria de Marinina. Pati Zanzorn, Ícaro Xerxes y Brux Belladona los seguían expectantes.
—Allí fue donde la capturó ese paladín del Bien —informó Ícaro Xerxes, cuando llegaron a la carretera—, y donde encontré al perro.
—Ahora veremos si es capaz de seguir desde aquí —aventuró Pati Zanzorn.
—Claro que es capaz —insistió Brux Belladona—. Ya os he dicho que es una maravilla de la ingeniería genética.
—¿Queréis callaros? —bufó Sore Matancianas, que se encontraba entre esta procesión de inútiles aún más incómodo que entre la anterior—. Dejad que el perro trabaje y cerrad la boca. ¡Que estamos en territorio del Bien, maldita sea!
Sus acompañantes le hicieron caso durante cinco minutos; pero luego Pati Zanzorn no pudo resistirse, y volvió a interrumpir la paz con un alegre comentario sobre las últimas novedades del fuerte.
—¡Silencio! —terminó por sisear Sore, cuando la cosa degeneró de nuevo en una conversación de cotorras, y oteó el paisaje con nerviosismo—. ¡Creo que el perro nos está llevando a Aguascristalinas!
En efecto, allí era donde se dirigían. Cuando avistaron la ciudad, Sore, temiendo que el rastro de Marinina los llevase directamente a las puertas de los servicios sociales, detuvo al perro e hizo que todo el mundo se escondiese detrás de unos arbustos. Eso fue una buena idea, porque incluso desde allí podía verse que la ciudad parecía estar revolucionada; la gente corría de un lado a otro, llevando y trayendo cosas y pasándose mensajes, como si estuvieran preparando un festival.
—Aquí pasa algo raro —se temió Sore—. Tenemos que enterarnos de qué.
—Quizás sea una fiesta —sugirió Pati Zanzorn.
—Nada de fiestas —intervino Brux Belladona—. ¡Esto es lo que me temía! Seguro que la infame luz de esa muchacha ya ha contagiado a toda la ciudad.
Sore Matancianas comenzó a alarmarse.
—Está bien, tendremos que acercarnos —suspiró—, y conseguir que alguien nos cuente qué es lo que pasa.
—Ya voy yo —se ofreció Pati Zanzorn, animadamente—. ¡Lo de conseguir información es mi especialidad!
—¡No! —lo detuvo Sore atropelladamente—. Quiero decir… uh… a pesar de todo, todavía eres el jefe de inteligencia, y no podemos arriesgar que te pase algo. Lo mejor será que os quedéis todos aquí, y que yo vaya a…
—Pensé que ya te conocían en la ciudad —apuntó Ícaro Xerxes, con su asombrosa agudeza, y se levantó—. Iré yo.
Y, sin esperar respuesta de nadie, salió de detrás del arbusto y se dirigió hacia la entrada de Aguascristalinas.