El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 47

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—Me temo que tengo malas noticias —carraspeó Zanzorn—. La agitación no se limita a Aguascristalinas; todas las ciudades a nuestro alrededor se están preparando para la guerra.

—¡Maldición! —barbotó Orosc—, aunque era de esperar. En cualquier caso, nos superan ampliamente en número.

—Pero no en deseos de destruir —vociferó Vonagorre. Vlendgeron le dirigió una mirada exasperada.

—¿Qué más has averiguado, Zanzorn? —preguntó.

—Al parecer, una fuerza conjunta de las ciudades de Aguascristalinas, Río Feliz, Valleamor y Rabania piensa avanzar hasta rodear Kil-Kanan —expuso Zanzorn—. Cuando nos hayan cortado la retirada, una avanzadilla de servicios sociales entrará en nuestros terrenos y comenzará a reducir todo lo que encuentre a su paso.

Orosc Vlendgeron pareció fastidiado por un momento más, pero enseguida empezó a cavilar.

—No podemos permitir que eso ocurra —pensó en voz alta—. Lo primero es evacuar a la gente de las aldeas al fuerte; no podemos arriesgarnos a perder efectivos. ¿Cómo andamos de magos ilusionistas?

Esta pregunta iba dirigida a Vonagorre, pero este se encogió de hombros y puso cara de tonto. El Gran Emperador suspiró.

—Todos a la cantina —ordenó—. Y llamad a los restantes generales, a Mario Cirr y a ese muchacho, Tzu-Tang.

Varios minutos después, los cinco generales, el jefe de inteligencia, el fontanero-Consejero Imperial, Ícaro Xerxes, Vlendgeron y Celsio Barn se encontraban todos reunidos en la cantina de este último, que miraba al suelo con el ceño tan fruncido como si tuviese la impresión de que después de aquella asamblea tendría que volver a fregar.

—Barn —repitió entonces Orosc—, ¿cómo andamos de magos ilusionistas?

—Tenemos nueve, de los cuales cuatro son competentes, uno pifia todo lo que hace, y otro está intentando ocultar su identidad y no sabe que sabemos que es mago —informó Barn, sin dudar.

—Bien —se alegró Vlendgeron—, tenemos suficientes. Escuchadme. Esta es la fase uno de nuestro plan de defensa: evacuaremos todas las aldeas, y mandaremos a cuatro de ellas a nuestros cuatro ilusionistas competentes; al inútil y al mentiroso los enviaremos a otra, y a los tres regulares los repartiremos por las dos restantes. Allí, su labor será distraer a los servicios sociales, y hacer creer a cada uno de sus equipos que los grupos de las otras ciudades son el enemigo, esto es, somos nosotros. Con algo de suerte, se destruirán entre sí antes de averiguar qué es lo que está ocurriendo; si todo va bien, tendremos incluso la ventaja de que el uso de una táctica tan rastrera por nuestra parte devastará psicológicamente al Bien.

—¡Eso es genial! —se entusiasmó Zanzorn. Vlendgeron lo asaetó con una mirada colérica, y prosiguió:

—No hay forma de que podamos enfrentarnos a las fuerzas del Bien en todas partes a la vez, y tampoco somos suficientes como para dividirlos. ¡Tzu-Tang!

La agraciada cabeza de Ícaro Xerxes apareció entre los rudos rostros de los generales, y se acercó a Orosc Vlendgeron.

—¿Sí, Gran Emperador? —preguntó.

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