El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 50

50

En ese momento, Aguascristalinas ultimaba los preparativos para la inminente guerra.

Marinina Crysalia Amaranta Belladona, que había sido nombrada rápidamente cabecilla honoraria de todos los servicios sociales, se encontraba en compañía de los líderes de la ciudad: el buen alcalde Renoveres y el Sumo Sacerdote, y ex-paladín del Bien, Arole Sanvinto.

—He dado plenos poderes a los servicios sociales para que organicen todo lo necesario, así como la defensa de la ciudad —decía Renoveres, que era un hombre de cara bonachona y sombrero ridículo—. Ahora solo falta que nos coordinemos con las demás fuerzas de ataque.

—Todo está arreglado —afirmó Sanvinto, mesándose su corta barba blanca, con su habitual tono dramático— para que nos encontremos mañana en las Bellas Planicies con los dirigentes de Valleamor, Río Feliz y Rabania. Allí podremos orquestar nuestra ofensiva.

—¡Maravilloso, maravilloso! —celebró Renoveres—. Así podremos ultimar los detalles de nuestro plan. ¡Qué alegría, trabajar conjuntamente con los más electos hombres del Bien!

Sanvinto, sin embargo, no parecía tan entusiasmado. Si no hubiera sido un Sumo Sacerdote del Bien, de los que es sabido que aprecian el trabajo en equipo por encima de todo, casi se habría podido decir que estaba disgustado ante la perspectiva de la reunión.

—Por supuesto —dijo, sin dejar de mesarse la barba—. Aunque me temo, mi querido Renoveres, que las cosas pueden… no ser tan suaves.

—¿Qué quieres decir? —se extrañó el alcalde.

Marinina, que observaba aquella conversación sentada en un sofá de la cómoda oficina principal del ayuntamiento, sintió de repente un escalofrío, y se inquietó. Su sexto sentido le avisaba de que algo iba mal.

—No creo que haya ningún problema con los líderes de Río Feliz, ni de Rabania —contestó Sanvinto—. Al contrario; el Sumo Sacerdote de Rabania, Barsán, es un buen amigo mío. Pero me preocupa el Sumo Sacerdote de la ciudad de Valleamor… Barbacristal, se llama.

—¿Te preocupa? —preguntó el alcalde, y de repente se le ocurrió algo—. ¿Quieres decir que es posible que sea un seguidor del Mal encubierto? —se horrorizó.

Maricrís, muy atenta a todo lo que se decía, volvió a temblar.

—No, no osaría aventurar tal cosa —respondió Sanvinto, pese a lo cual añadió—. No obstante, no descartaría que intentase obstaculizar nuestros planes.

—¿Por qué haría eso? —quiso saber Renoveres—. ¿Es que no desea la derrota del Mal?

—Todos los seguidores del Bien deseamos la derrota del Mal, mi querido Renoveres —contestó Sanvinto, alzando mucho las cejas, y en un tono de voz muy sugerente. El alcalde no pareció quedarse muy tranquilo con esta respuesta; pero, un momento después, el Sumo Sacerdote prosiguió—. Pero no os preocupéis. Me cuidaré de mantener un ojo sobre Barbacristal.

Marinina experimentó un nuevo escalofrío, y se sobresaltó. Los dos hombres volvieron sus miradas inmediatamente hacia ella.

—El Mal se agita —musitó la muchacha, con voz ahogada—. Puedo sentirlo.

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