El Fuerte Oscuro de Kil-Kyron · Capítulo 69

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Al fin, la masa de generalidad y capitanía y comandancia se detuvo, a poca distancia de la milicia de Aguascristalinas. Ícaro Xerxes y los generales Vonagorre y Bursagas se adelantaron, montados en unos lagartos malignos y malolientes del tamaño de caballos que se guardaban en Kil-Kyron para las ocasiones especiales. Con las prisas, habían estado a punto de no tener tiempo de llevárselos, y de bajar la colina a pie como todo el mundo; pero el capitán Dorotil, que tenía muy buen ojo para esos detalles, había logrado convencerlos de que se parasen un momento antes de salir, con el argumento de que el que los líderes llegaran al campo de batalla a pie dejaría muy mala (y en este caso mala quería decir buena) impresión.

Ícaro Xerxes, que cabalgando sobre su lagarto era la más imponente visión de la fuerza y la maldad y la juventud, se adelantó aún un poco más a los dos generales.

—¿Quién es vuestro líder? —exigió saber, con un gesto grandilocuente hacia las masas benignas.

—¡Soy Arole Sanvinto, y te hablo en nombre de esta delegación de ciudades del Bien! —ladró rápidamente Sanvinto, antes de que Barbacristal pudiera adelantársele y decir nada. Su colega le dirigió una mirada envenenada—. Te digo, siervo del…

—¡Ícaro Xerxes Tzu-Tang! —la voz límpida y cristalina de Maricrís lo interrumpió, y se alzó sobre todas las demás. A pesar de que solo había escuchado el nombre de Ícaro Xerxes una vez, y de pasada, lo recordaba perfectamente. Su grito sobresaltó incluso al mismo Aragad, que, viendo de repente todas las miradas fijas en ellos, se encogió un poco. Pero luego comprendió que como conductor del tándem de la miembro honoraria de los servicios sociales tenía que hacer su parte, y sacó pecho y pedaleó un poco, hasta que su bicicleta pasó de su posición más retraída a una que se adelantaba incluso a la de Sanvinto… que, todo sea dicho, no pareció nada complacido.

—¡Marinina Crysalia Amaranta Belladona! —correspondió Ícaro Xerxes, mirando asombrado a Maricrís. En el asiento trasero del tándem, al igual que sobre su montura Ícaro Xerxes era un portento de malignidad y poderío, Marinina parecía la criatura más bella, bondadosa y resplandeciente que jamás había existido.

—¡Ícaro Xerxes! —repitió Marinina, alzándose sobre los pedales y dejando sus largos y dorados cabellos ondear al viento—. ¡Nos encontramos de nuevo! ¡Oh, y en qué terribles circunstancias!

—No son terribles —afirmó Ícaro Xerxes—, puesto que son las que van a posibilitar que el Mal cumpla por fin con su destino supremo.

—¡Cuán errados son tus caminos! —se lamentó Marinina—. El único destino que el Mal puede cumplir es desaparecer. ¡Escúchame, Ícaro Xerxes! Sé que hay bondad en tu corazón. ¡Mira a tu alrededor, y observa cuánto dolor y cuánta desgracia crea la existencia del Mal! Convéncete de que sus días están contados, y únete… ¡uníos, queridos amigos, a la senda del Bien!

—¡No, Marinina! —contestó a eso Ícaro Xerxes—. Eres tú la que yerra, puesto que no hay ni habrá nunca bondad en mi corazón. ¡Al contrario!, ¡mira tú a tu alrededor, observa qué mundo tan espantoso ha establecido el reinado del Bien! Sé que la oscuridad puede apoderarse de ti una vez más; tengo fe en que te darás cuenta de que te equivocaste, y volverás al lado del Mal. ¡Únete a mí, Marinina Crysalia Amaranta Belladona, y masacremos juntos a esos bondadosos mequetrefes que se hacen llamar benignos!

Y, tanto por una parte como por la otra, la atmósfera comenzó a enrarecerse, con Marinina e Ícaro Xerxes cada uno emitiendo respectivamente sobre todos los presentes sus irresistibles efluvios luminosos u oscuros.

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