Cuando despertó, Godorik se encontró con la cara de Manni casi pegada a la suya.
—¡AH! —se sobresaltó, pegando un bote, y dándose un golpe contra la faz metálica del robot—. Manni, ¿qué haces?
—Espero a que te despiertes —dijo Manni, como si fuera evidente—. Te he buscado los nombres y domicilios del Subcomisario y el Vicecomisario de la estación central de policía, así como sus fechas de nacimiento, entradas en el registro general, estatura, diámetro craneal, número de calzado, aficiones conocidas, y fotografías incriminatorias en caso de que necesites chantajearlos.
Y depositó sobre el estómago de Godorik un fajo de papeles. Este lo contempló por un momento con expresión desencajada.
—¿De dónde has sacado todo eso? —inquirió al fin, intentando incorporarse, y tirando por el camino al suelo la mayor parte de los documentos.
—Fuentes propias —pitó-carraspeó Manni.
—No, en serio, Manni —insistió Godorik, recogiendo torpemente una parte de lo que acababa de tirar—. ¿De dónde sale toda esta información?
—Bien, quizás esté un poco anticuada —admitió Manni—. En el armario aún hay una gran cantidad de documentos que fueron útiles en la época en la que el doctor tuvo que huir de la ciudad. Pero según tengo entendido el número de calzado de los seres biológicos no varía espectacularmente una vez que han llegado a la edad adulta.
Godorik resopló, decepcionado.
—El número de calzado del Vicecomisario puede no haber cambiado, pero el Vicecomisario sí —protestó, echando no obstante una ojeada a los papeles—. Mira, parece que justamente el Vicecomisario es el mismo… aunque está mucho más joven en esta foto. El Subcomisario es otro, sin embargo.
—De nada —contestó a eso el robot, y se alejó con andar un tanto airado. Godorik lo siguió con la mirada, un tanto confuso. Ordenó un poco los papeles y trató de seleccionar la información sobre el Vicecomisario que podía serle útil, y luego la miró por encima mientras desayunaba y se lavaba los dientes.