Deseando que el Vicecomisario no hubiera cambiado de dirección en el tiempo que los papeles de Manni llevaban amontonados en un armario, Godorik se acercó a la entrada del portal y pulsó el botón del telefonillo. Al igual que el edificio, el portero automático también era bastante antiguo; funcionaba como lo hacían aquellos sistemas muchas décadas atrás, por lo que en lugar de tener botones separados para cada piso tenía uno solo.
—¿Con quién desea hablar? —preguntó la voz robotizada del telefonillo.
—Con el Vicecomisario Verrunia —suspiró Godorik, que siempre se sentía exasperado por aquel sistema, y por los vecinos anticuados que no hacían nada por cambiarlo. El mismo suspiro impedió que el telefonillo robótico identificara correctamente el nombre que acababa de darle, y tuvo que repetirlo una vez más. Por suerte, este portero era lo suficientemente sofisticado para pedirle que lo repitiese; en otras ocasiones, tiempo antes de comenzar su carrera heroico-criminal, se había topado con algunos que lo habían enlazado directamente a personas al azar, a veces también a altas horas de la noche.
—Espere un momento, por favor —dijo el portero.
Godorik esperó. Un interminable medio minuto después, la voz robótica volvió a hablar:
—Por favor, numere del uno al diez el nivel de urgencia con el que desea hablar con Antomengo Verrunia —pidió. Godorik se llevó las manos a la cabeza.
—Diez —farfulló, y enseguida repitió, vocalizando algo mejor—, diez.
—No se encuentra ningún nivel catalogado como «diez-diez» —apuntó el portero.
—DIEZ —insistió Godorik, con tanta claridad como le fue posible, y acercándose al telefonillo por puro automatismo, como si pudiera intimidarlo para que cumpliera mejor su función.