—Eres un bastardo —le contestó el otro, incómodo.
—¿Te atreves a enfrentarte a él… o no?
El jefe tardó un momento en contestar. Echó una ojeada casi imperceptible al resto de miembros de la banda allí reunidos, y pareció que barajaba sus posibilidades.
—¡Por supuesto que me atrevo! —bramó de repente, un largo segundo después. El tal Coroles apenas pudo disimular una sonrisa triunfal—. ¡Ven aquí, justiciero! Voy a demostrarte por qué este nivel es mío.
—¿Qué acaba de pasar aquí? —farfulló Godorik para sí, y luego se dirigió al jefe en voz alta—. No tan deprisa. ¿Y qué ocurrirá si gano yo? ¿Tendré que derrotar después también al resto de tus matones?
—No, no —dudó el jefe—. Si ganas, pues…
—Si derrotas al jefe de la banda, ¡tú eres el nuevo jefe de la banda! —exclamó Coroles, sin dejarlo terminar—. ¡Esas son nuestras reglas!
—Pensé que esas solo se aplicaban a miembros de la banda —respondió Godorik, confundido.
—¿Qué más da? —perdió la paciencia el jefe—. Todo eso no va a pasar. ¡Ven aquí de una vez, advenedizo, que voy a partirte la cara en dos!
Godorik emitió un bufido, maldiciendo las circunstancias que lo habían llevado a meterse otra vez en algo que no tenía nada que ver con él. (En pocas palabras, maldiciendo a Edri y a Ran.) De un salto, se acercó de nuevo al jefe; los espectadores ensancharon un poco el corro que había en torno a ellos y Coroles, probablemente temiendo resultar heridos ellos también.
—¡Vamos, Godorik! —lo animó Edri; a ella y a Ran ya nadie les estaba hacendo mucho caso, así que se habían colocado en primera fila, como si aquello fuera una función de circo.
—Antes de empezar —carraspeó el jefe—, quisiera recordarte un par de normas de lucha que respetamos en nuestra banda…
Godorik acercó la cabeza para escuchar mejor; y de inmediato se encontró la mano telescópica del jefe en medio de su cara.