Godorik emitió un suspiro.
—¿Qué le pasa a esta ciudad? —musitó para sí.
—¿Qué? —preguntó Normas.
—Nada, nada. Está bien; pues no disolváis la banda entonces —farfulló Godorik—. Ehm… ¿a qué exactamente se dedican los Beligerantes?
—Venga ya; ¿no lo sabes?
—Contrabando —le gritó Edri—. Todas las bandas del nivel 25 se dedican al contrabando.
—¿Contrabando de qué?
—Implantes electrónicos, artículos prohibidos del exterior, algunas drogas, piezas de recambio para lavadoras…
—¿Piezas de recambio para lavadoras? —la interrumpió Godorik, atónito.
—Eh, ¿sabes lo difícil que es conseguir algunos recambios de lavadora? —se encogió de hombros Normas—. Se venden a muy buen precio en el mercado negro.
—Esto es una locura. ¿Y de verdad pretendéis hacerme creer que ahora yo soy el jefe de este cotarro y que si digo que hagáis tal, lo haréis?
—Bueno, solo hasta que alguien consiga pegarte una paliza —gruñó Normas, golpeándose la palma con su propio puño—, lo cual no creas que tardará mucho.
Godorik le dirigió una mirada incrédula.
—Esas son las reglas, y hay que respetarlas —dijo el ex-jefe—. Es muy importante mantener un código de conducta cuando uno está metido en un negocio de violencia y extorsión.
—¿Cuánto tiempo llevas tú mandando esto? —le preguntó Godorik, que empezaba a pensar que todo aquello era pitorreo.
—Tres meses.
—Me… ¿y quién era el jefe antes?
—Un desgraciado que acabó en el Hoyo.
Godorik emitió un sonoro suspiro, y de repente se percató de que por los ventanucos de aquella habitación entraba ya bastante luz.