El buen doctor Agarandino se llevó las manos a la cabeza cuando vio aparecer a su maltrecho protegido.
—¿Qué te ha pasado? —exclamó—. ¿Has resbalado debajo de una apisonadora?
Godorik les explicó a él y a Manni que se había peleado con una banda, y después tuvo que explicarles inmediatamente también las causas por las que se había peleado con una banda, porque ni Manni ni Agarandino llegaban a comprender cómo una visita a un vicecomisario en el nivel 13 podía acabar en una pelea con una pandilla del nivel 25.
—Pero entonces, ¿ahora eres tú el jefe de esa banda? —se sorprendió el doctor, mientras Manni lo ayudaba a sacar un montón de cacharros del armario y Godorik se tumbaba en el sofá, agotado—. ¡Vaya cosa! Diles que se disuelvan cuanto antes.
—No habría pensado que fuese usted de esa opinión —contestó Godorik, cerrando los ojos; en sus anteriores encontronazos con las problemáticas de Betonia, Agarandino siempre se había mostrado más bien del lado menos legal—. En cualquier caso, eso ya lo he intentado. Obviamente, me han dicho que no.
—Me imagino; son una pandilla, no un imperio absolutista —replicó a eso el doctor, ignorando que diez segundos antes había sugerido lo contrario—. Entonces, ¿qué vas a hacer?
—No lo sé. Pero ahora mismo tengo problemas más urgentes. Doctor, ¿cree usted que puede arreglarme?
—¡Que si lo creo! —se ofuscó Agarandino—. Claro que puedo arreglarte. Bueno… probablemente puedo arreglarte. Aunque ese bollo en el torso tiene mala pinta. Quizás necesites piezas de repuesto.
—Pero puede usted colocarme esas piezas de repuesto, ¿verdad?