—Aquí tienes tus tortitas —intervino Manx, alargándole un plato sobre el que se balanceaba una inestable torre de tortitas, redondas como si las hubiesen trazado con un compás—. Y allí tienes el sirope de maíz.
—Gracias, Manx —se lo agradeció Godorik, tomando el plato, y comenzó a comer ignorando en la medida de lo posible que Manni seguía señalándole sugerentemente el bote de sirope de maíz, un aderezo que no le gustaba nada, y menos con tortitas saladas. Al terminar, dejó el plato en el fregadero, y fue a lavarse los dientes.
—No te olvides del AgaraCristal —le recordó el doctor—. Te hará falta para entrar en la casa de ese Gidolet 2.
—Efo me recuerda una cofa —exclamó Godorik, con la boca llena de pasta de dientes, que tuvo que escupir antes de poder continuar—. Doctor, ¿sabe usted si en el tercer nivel hay muchas cámaras de seguridad?
—¿Cómo voy yo a saber eso? No he subido a la ciudad en diez años —barbotó Agarandino, pero luego reflexionó—. Digo yo que no habrá más que en el nivel 1, ¿no?
—¿Lleva usted diez años metido en este agujero? —se escandalizó Godorik.
—Así es —reiteró el doctor, orgulloso—. Bueno, a veces salgo al exterior. Pero no he vuelto a la ciudad.
—¿Cómo es posible que odie usted tanto a la Computadora como para exiliarse de esta manera… en un cubo de basura?
—En realidad, hay una orden de busca y captura sobre su cabeza —pitó el robot, como quien no quiere la cosa.
—¡Manni! —tosió el doctor—. Ejem, en fin, sí, soy un idealista convencido. Y también eso.
—¿Qué…? —se sorprendió Godorik, pues era lo primero que oía de algo así—. ¿Cómo que una orden de busca y captura? ¿Qué hizo usted?