—Lo mejor será que termines de lavarte los dientes y te pongas en marcha, o se te hará muy tarde —escurrió el bulto Agarandino.
—Sí, tiene razón —admitió Godorik, volviendo a frotar sus molares. Ya averiguaría después qué demonios había hecho aquel loco doctor para acabar allí enterrado entre la basura—. Pero, a lo que iba: imagino que las casas particulares sí tendrán bastantes alarmas en el nivel 3.
—¿Las tenían en el 7? —preguntó Agarandino.
—La que asalté, no —Godorik se encogió de hombros—. Pero ahora estamos hablando de cuatro niveles por encima.
—¿Y qué vas a hacer?
—Eso es lo que no sé —confesó Godorik—. ¿Alguna idea?
—Ooh, yo tengo una —saltó Manx, y cogió un trapo de cocina a cuadros de colores. Sin esperar siquiera a que Godorik se sacase el cepillo de dientes de la boca, lo embozó con él hasta los ojos—. ¿Ves? Así no podrán identificarte a través de las cámaras, y por lo menos podrás llegar hasta allí.
—Manni, esto es más sospechoso que ir con la cara descubierta —protestó Godorik con impaciencia, quitándose aquello de un tirón.
—Pero ellos ya saben qué aspecto tienes —recordó el robot, airado.
—Sí, por eso —gruñó Godorik, escupiendo el resto de la pasta de dientes y enjuagándose la boca—. No pienso coger el ascensor, de todas maneras; subiré por los postes de transporte, que no tienen cámaras. Mi problema es que al entrar en la casa de ese Gidolet salte una alarma, y me encuentre de repente rodeado por la policía.
—¿Qué quieres que te digamos? —se quejó Agarandino—. Yo ya te he dicho que todo este plan no me gusta. Tendrás que tener cuidado.
—Sí, sí —suspiró Godorik.