—¡No puedo! —dijo Mendolina, pisando el freno; el quad siguió resbalando por la cuesta casi a la misma velocidad que antes—. ¡Estamos embalados!
—¡Vamos a chocarnos! —gritó Ran, viendo cómo aquella barricada humana se acercaba vertiginosamente—. ¡Pare! ¡Pare! ¡Dé la vuelta!
—¡No, siga adelante! —bramó Godorik—. ¡No se detenga!
—¡Vamos a atropellar a todo el mundo, y nos van a disparar! —apreció la anciana, mientras el vehículo daba un bote en un pequeño bache. Una lechuga salió volando por los aires—. ¡Mis verduras!
—¡Usted siga conduciendo! —tronó Godorik, e inclinándose por encima de la mujer pulsó repetidamente el botón de la bocina. Los pocos pandilleros que todavía no se habían enterado de que un cacharro rodante se acercaba a ellos a toda velocidad levantaron la vista por fin. Se escucharon algunos tiros, y un par de balas pasaron silbando por encima del quad; pero ninguna acertó.
—¡Pare! ¡Pare! —chilló Edri.
—¡Acelere! —gritó Godorik.
Visto que no podía parar, Mendolina Rodríguez decidió hacerle caso a Godorik, y aceleró. Los pandilleros, viendo que el vehículo no se detenía, se apartaron apresuradamente. El quad siguió bajando, dando violentas sacudidas, y se aproximó al grupo de gente que ahora se dispersaba para que no los atropellaran.
—¡¿Qué es eso?! —gritó alguien, en medio de otras voces. Para entonces, se había creado ya un hueco lo suficientemente grande como para que el carricoche y sus apretados ocupantes pudieran pasar; y Mendolina, girando bruscamente el manillar, lo dirigió hacia allí. Dieron un derrape, pero consiguieron pasar, y continuaron avanzando por la calle como un cohete.
Edri respiró por fin.
—¡Corra! —gritó Ran, viendo que los pandilleros comenzaban a recuperarse, y a echar mano a sus armas—. ¡Ahora sí! ¡Acelere!