—¿Por qué no? Nadie los toca más que yo. De hecho, todo el mundo se queja siempre de que están muy a la vista.
—¿Y los robots de la limpieza?
—¿No ves que no llegan ni a las estanterías? Esos están solo para fregar el suelo.
A Godorik empezó a resultarle muy difícil procesar el absurdo de todo aquello. Bien, Keriv no llevaba tanto tiempo trabajando allí, y era concebible que aún nadie lo hubiera pillado, pero aún así resultaba arduo de creer.
—Sigue.
—Nada, eso es todo, jefe. Ellos me la dan, yo la subo del nivel 20… la guardo aquí… luego vienen otros y se la llevan más arriba.
—Pero ¿se puede saber qué ganas con eso?
—No es un mal negocio, jefe —frunció el ceño Keriv.
—Hasta el día en que venga la policía y te meta en la cárcel… o tengas problemas con las mismas bandas.
El pelirrojo cambió de expresión. De repente pareció que se sentía un poco amenazado.
—Ya, jefe, ya, pero… —farfulló—. De todas maneras, ya no lo puedo dejar.
Godorik se llevó una mano a la cabeza.
—Hasta hace poco, yo estaba convencido de que el mundo estaba bien ordenado y de que casi todo a mi alrededor era legal… o aceptablemente ilegal, en el peor de los casos —murmuró—. De repente, todo está patas arriba. Keriv, pero si tú eres la persona más inofensiva del mundo.
Si pretendía decir esto en voz alta o no ni él mismo lo supo, pero Keriv lo oyó; y se sintió un poco ofendido.
—No soy tan inofensivo como parezco —respondió, airado—. También podría llamar ahora a la policía y dejar que te detengan; ¿qué te parecería eso jefe?
Godorik lo miró con sarcasmo.