—¡Psssssst! —susurró Ciforentes—. ¡Un poco más bajo! No queremos que nos oigan en todo el edificio…
—¿Ha dicho usted «Gidolet»? —lo interrumpió Godorik, con un gruñido.
—Sí —corroboró el hombre—. ¿Qué ocurre? ¿Qué sabe usted de Gidolet?
—Eso es lo que iba a preguntarle yo a usted —carraspeó Godorik; pero después, para evitar que aquel diálogo de besugos continuara, explicó—. Verá… todo esto es una larga historia, pero el caso es que a mí también me dispararon esa noche.
Ciforentes le echó un ojo de arriba a abajo.
—Parece usted muy vivo para eso —dijo.
—Gracias a una larga serie de casualidades, conseguí salvar mi vida —bufó Godorik—, pero tengo motivos para sospechar que el responsable de todo esto es el cabecilla de una conspiración. Esa es la auténtica razón por la que estamos aquí. Y ahora dígame: ¿qué saben ustedes de todo esto?
Su interlocutor frunció el ceño aún más, y casi saltó de su sillón mientras ladraba:
—Está usted completamente en lo cierto; el autor de todo esto es el cabecilla de una horrible, tremenda conspiración. Y alguien con el suficiente dinero y contactos como para averiguar que estaríamos reunidos aquí esta noche, y enviar a sus mercenarios a infiltrarse bajo cualquier pretexto y averiguar qué sabemos sobre él.
Mariana, sintiéndose amenazada, se levantó, al igual que hicieron muchos de los sentados en el sofá.
—¡Eso es! —masculló Garvelto—. ¡Esto es demasiado raro!
—¡Seguro que son hombres de Gidolet! —dijo alguien más.
—Sí —asintió Ciforentes—. No estaba seguro al principio, pero saben demasiado para ser otra cosa. Y, señora, esa historia de que es usted la gestora del nivel 9…