Godorik, el magnífico · Página 163

—Bueno, no del todo —concedió él—. Es cierto que uno de los altos mandos de la policía se comportó de forma muy sospechosa cuando estuve allí, pero otros parecieron tomarme en serio, y no creo que tuvieran nada que ver con esta conspiración. Si consigo contactar con esos señores…

—¿De qué serviría? —se lamentó Ciforentes—. Mientras su jefe esté comprado, no hay mucho que puedan hacer.

—Eso ya lo veremos —gruñó Godorik—. Bien, Ciforentes, ha sido un relativo placer hablar con usted, pero es hora de que nos marchemos. Dígame dónde está esa base, y déme una de esas tarjetas si se fía de mí, y nos largaremos y no le molestaremos más.

—No puedo darle una de esas tarjetas —bufó Ciforentes—, por su propia seguridad. No me parece usted la clase de persona que la usaría de forma responsable. Además, no las tengo yo ni están aquí, obviamente.

Como lo que Godorik tenía pensado hacer con la tarjeta era irrumpir en la base de Gidolet, y era discutible cuán «responsable» sería esa acción, no protestó.

—Dígame al menos dónde está la maldita base —refunfuñó.

Noscario Ciforentes le apuntó algo en un papel, con una letra horrible.

—Pues no les molestaremos más —se lo agradeció Godorik, mientras hacía un esfuerzo por entender lo que le había escrito—, o yo al menos. Mariana, ¿vienes?

—Claro.

—Eso, váyanse, váyanse —gruñó Garvelto, muy malhumorado—. Y cuando caigan en manos de Gidolet, o de la policía, no digan nada de que nos conocen.

—Cuánta confianza —farfulló Godorik—. Tranquilícese; ya arreglaré yo este asunto mientras ustedes están aquí cómodamente sentados en su sillón hablando sin parar.

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