—No pensaba otra cosa.
—¿Entonces?
—Bien, del resto de mi historia sí que estoy convencido.
—¿Incluido todo eso de las desapariciones y los asesinatos que nadie denuncia o investiga?
Godorik se llevó una mano al mentón, y pensó por un momento.
—Vicecomisario, yo mismo me encuentro en una situación desagradable que no he provocado en modo alguno. ¿Va a censurarme por creer que puedo no ser el único?
Ahora fue el Vicecomisario el que reflexionó.
—Mire, tampoco usted puede censurarme a mí por no creerle inmediatamente todo esto que me está contando —respondió—. Podría incluso, lo admito, contener algo de verdad; pero también podrían ser las más desorbitadas imaginaciones suyas. Tendré que investigar.
—Y mientras tanto, ¿qué piensa hacer? —gruñó Godorik—. ¿Va a llamar a la patrulla y meterme en la cárcel?
El Vicecomisario torció el gesto cómicamente, y, tras unos segundos, contestó con cara de circunstancias:
—No.
—¿No?
—Bien, un señor ha llamado esta noche a mi puerta y me ha hecho salir diciendo que es un criminal; y cuando he bajado me ha contado una historia hilarantemente fantástica. Pero yo no le reconozco de nada, ¿sabe? Y despertar a alguien para hablarle de cuentos sin sentido no es un crimen, al fin y al cabo —carraspeó el hombre—. Dígame, ¿cómo puedo contactar con usted, si fuese necesario?
—No es usted muy sutil —comentó Godorik—. Lo siento, pero no puedo dejarle una forma de contactar conmigo. Ya me pasaré yo a verle… en algún momento.
—Esa idea no me gusta nada, caballero.
—Es lo que hay.
—¿Y no ha pensado usted en entregarse voluntariamente? Quizás esa sea la forma más fácil de arreglar todo este asunto.