—Sí, gracias —contestó Godorik, y se asomó por la puerta que acababa de derribar. El ascensor no se había detenido en el lugar en el que debería hacerlo normalmente, y el agujero de la puerta coincidía solo parcialmente con la abertura que llevaba al nivel en concreto. Godorik se puso de puntillas y escaló a través de esta, y se encontró tras un momento en algún lugar desconocido del nivel 9.
Se preguntó qué hacer a continuación. Por supuesto, lo primero era alejarse de allí lo antes posible, así que aunque no supiera muy bien dónde iba echó a andar apresuradamente en una dirección aleatoria. No obstante, tampoco tuvo mucho tiempo de pensar a dónde dirigirse; apenas se había alejado treinta metros del ascensor cuando escuchó una sirena.
—¡Deténgase! —gritó una voz sintética. Un grupo de policías, acompañados por varios antidisturbios robotizados, se acercaba a él y al ascensor.
—Oh, genial —exclamó Godorik, fastidiado. Si una semana atrás le hubiesen dicho que en el espacio de unos días estarían mandando antidisturbios robotizados para detenerlo, se habría reído a carcajadas.
—Entréguese sin resistencia —continuó diciendo el robot, que tenía un altavoz incorporado—. Tire cualquier arma que lleve encima, coloque sus manos sobre su cabeza, y…
—Calla, anda —lo interrumpió Godorik—. Escuchen, todo esto es un malentendido; yo…
—Le aconsejo que se entregue sin resistencia —repitió el robot, molesto— o se iniciará el empleo de la fuerza. Tire cualquier arma que lleve encima, coloque…
—¿Por qué quieren detenerme exactamente? —preguntó Godorik, cayendo en la cuenta de que ni siquiera lo sabía. Claro que a aquellas alturas ya tenían unas cuantas cosas de las que acusarlo (cyborgización ilícita, resistencia a la autoridad, robo de datos y allanamiento de morada, entre otros), pero eso no quitaba que siguiera queriendo saber por qué en concreto creía la Computadora que lo perseguía.
—¡Disparen! —respondió a eso el robot-altavoz.