—¿Qué? —exclamó Godorik, sobresaltándose. Pero los componentes de la fuerza reunida ante él no lo dudaron mucho, y lo encañonaron con sus rifles de corta distancia sin perder un momento. Godorik, asustado, no se tomó el tiempo siquiera de mirar a su alrededor para buscar una salida de allí; flexionó las piernas y saltó hacia arriba con todas sus fuerzas. Al cabo de un instante, se encontró muchos, muchos metros más arriba de lo que había planeado, elevándose entre los edificios cercanos y contemplando desde la lejanía la expresión estupefacta de los policías.
Tan rápidamente como había subido, comenzó a bajar de nuevo. Tardó una fracción de segundo en reaccionar, mientras veía cómo el suelo se acercaba a toda velocidad; y, pensando que porque no lo matara la policía se iba a matar él, volvió a doblar las rodillas, y muy para su sorpresa aterrizó elásticamente a tan solo unos metros de donde había iniciado su salto. Sus adversarios, tan asombrados como él, se demoraron en disparar; y eso le ganó el tiempo suficiente para volver a intentarlo. Dio otro salto, esta vez hacia delante, y sobrepasó cómodamente la barrera de policías y antidisturbios que había frente a él.
Cuando volvió a aterrizar, no las tenía todas consigo; pero el silbido de una bala junto a su oído le impidió tomarse algo de tiempo para ordenar sus ideas. Su primer impulso fue echar a correr, pero eso habría sido una tontería; así que saltó una vez más, y en esta ocasión no aterrizó sobre el suelo, sino que avanzó la distancia suficiente para agarrarse a la cornisa de un edificio cercano.
—Esto va a acabar mal —gruñó, mientras aún colgaba de la cornisa, y dobló los brazos para impulsarse hacia arriba. En cuanto logró colocar sus pies sobre algo firme aprovechó para volver a brincar, y llegó hasta el tejado del bloque, que para su desgracia no era una azotea como lo había sido en el de Severi Gidolet sino un resbaladizo techo de tejas. Haciendo equilibrios para sostenerse, Godorik volvió la vista hacia la policía.