—Gracias —contestó Godorik, y, tras un momento de duda, tomó impulsó y saltó hacia la plataforma.
Para su sorpresa, esta vez apenas se desvió un poco de su trayectoria, y el impulso que había cogido resultó no ser suficiente para que se hiciera daño cuando se estampó contra la pared. Relativamente satisfecho ante su cada vez mayor control de sus nuevas habilidades, se frotó la nariz y saltó hacia la siguiente pasarela. Aterrizó casi sin problemas, y continuó saltando, cada vez con menos dificultad; tanto que pronto intentó saltarse una plataforma y dar un salto un poco más grande. Eso no fue tan bien; se resbaló y estuvo a punto de caer; pero consiguió agarrarse, y logró volver a subir. Esto lo envalentonó; y, cuando llegó al borde del Hoyo, estaba bastante satisfecho y tenía mucha más confianza en sus propias recién adquiridas capacidades.
Por supuesto, se encontró en el nivel 27; pero necesitaba subir hasta el 1. En realidad, la forma más rápida de llegar sería seguir saltando, pero se imaginó que si alguien lo veía brincando Hoyo arriba llamaría un poco la atención. Así que, en su lugar, se dirigió hacia las escaleras.
El nivel 27 era el barrio de más baja estofa de Betonia, el que tenía los alquileres más bajos y donde vivían gran parte de los desgraciados que tenían apenas rango de seguridad rojo, el más básico posible (si uno no era un criminal en busca y captura, como era Godorik en ese momento, y le habían anulado todos los permisos). El pase rojo era bastante inútil para casi cualquier cosa; Godorik, que nunca había estado por debajo del naranja, no estaba muy seguro de a qué daba derecho y a qué no, pero no le hubiera extrañado saber que no servía ni para proporcionar acceso no ya al registro general, sino al de las oficinas particulares de la Computadora. Betonia era un poco injusta para muchas cosas.