Después de esta hazaña, Godorik se recompuso un poco y miró hacia abajo, preguntándose si alguien lo habría visto; era posible, pero también era posible que las pocas personas que a esas horas de la noche quedasen aún despiertas no estuvieran precisamente vigilando la calle a través de la ventana. Se encogió de hombros y se dirigió hacia la escalera de la azotea, esperando poder bajar por allí y entrar al edificio. Pero su plan se frustró muy pronto: había una escalera, y se podía bajar por ella, pero tras unos pocos escalones se llegaba a una puerta cerrada con llave.
Godorik frunció el ceño y observó la puerta. Era de metal, y parecía medianamente robusta, pero no tanto como para que no se le pasase por la cabeza intentar forzarla con su nueva fuerza de cyborg. Sin embargo, desechó la idea tras un momento; aquello podía armar mucho escándalo, y él venía con la intención de ser discreto, al menos hasta entrar en el piso de Severi Gidolet… donde la discreción ya sería algo más complicada. Pero si empezaba por derribar una puerta metálica a golpes, en uno de los niveles más acomodados de la cidad, podía tener difícil incluso cometer ese allanamiento de morada antes de que la policía fuera a arrestarlo justamente por allanamiento de morada.
Se dio la vuelta y volvió a la terraza. Esta estaba encapsulada por otros bloques por tres de sus cuatro costados, así que solo quedaba el lado por el que había subido. Se asomó por el borde del edificio, y contempló otra vez las repisas, calculando la distancia de una a otra; entonces, se descolgó por el canto y aterrizó elásticamente sobre el alféizar de la ventana de la última planta.